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No son “Lolitas”, es abuso de poder y/o sexual
Las revelaciones sobre el presunto abuso sexual ocurrido en el colegio Marymount de Bogotá ha llevado a importantes reflexiones sobre cómo proteger a estudiantes (de todos los colegios) de este tipo de violencia. Sin embargo, también ha mostrado los profundos prejuicios de género que permiten, justifican y condonan estas conductas.
Hay que ser claros: las “Lolitas” no existen; lo que existe es una cultura que sexualiza y responsabiliza a adolescentes (e incluso niñas), por el comportamiento sexual de los hombres, sobre todo cuando este es inapropiado o violento, exonerándolos (social e incluso penalmente) de la responsabilidad por las agresiones sexuales y/o el abuso de poder que cometen.
Si una persona adulta no tiene la capacidad de controlar una posible atracción, o de frenar los supuestos “avances” de un estudiante, esa persona no puede ser docente. Punto.
Una relación entre un estudiante y un profesor nunca es “consentida”, siempre constituye una gravísima falta de profesionalismo, un abuso de poder, y, dependiendo de la edad de la estudiante y las circunstancias, puede constituir también abuso sexual.
Más aún, el abuso y el acoso sexual siempre son violentos, pero no necesariamente de la forma en la que nos lo imaginamos.
Con frecuencia no hay forcejeo, armas, o golpes involucrados. Se trata, más bien, de la corrosión progresiva de los límites apropiados entre un menor y un adulto, hasta el punto en que la menor cree que no puede decir “no”, y se siente atrapada, no por una barrera física, sino por el miedo a las potenciales consecuencias de negarse, o de lo que cree son sus propias acciones, pues no reconoce cómo la manipulación progresiva del abusador (grooming) la ha llevado a esa situación de indefensión.
El principal deber de un profesor es asegurar el bienestar de sus estudiantes. Quien trasgrede los limites de la relación de confianza entre docente y estudiante volviéndola “romántica” y/o sexual necesariamente falta a ese deber y demuestra que no es apto para ocupar dicho cargo.
Hay que dejar de culpabilizar a quienes sobreviven el acoso y el abuso sexual y responsabilizar por fin a quienes lo cometen.