Si las obras nacionales, departamentales o municipales se hicieran honradamente, con el dinero que cuesta una se podrían hacer dos o tres y quedarían bien hechas, los contratistas ganarían lo justo, andarían con la frente en alto y no en conciliábulos, poniéndole velas al diablo para que ningún cómplice mal arreglado prenda el ventilador que los puede llevar a la cárcel y avergonzarlos ante la sociedad y su familia.
Como sucedió con Gabriel García Morales, el viceministro de Transporte de la presidencia de Álvaro Uribe, quien recibió sobornos calculados en $20.000 millones por direccionar en favor de Odebrecht la adjudicación de la Ruta del Sol en el tramo que pasa por Santander. El descubrimiento de la falta no la hicieron la Fiscalía ni la Procuraduría porque aquí nadie ve nada cuando están involucrados los padres de la patria, lo hizo la Justicia en Brasil.
El Viceministro recibió dinero y comió callado hasta que lo pillaron y no tuvo otra opción que reconocer el delito con una carta pública conmovedora: “tomé el camino equivocado. Cedí ante la tentación de una propuesta perversa. Destruí una historia familiar de felicidad… pido perdón a mis hijos, a mi esposa, a mi familia y a mis amigos…”, pero, ¿se le puede creer? Quien aprende a robar se envicia. Es probable que su lamento sea una estrategia bien planificada para convertirlo en el chivo expiatorio que encubra la responsabilidad de peces más gordos a cambio de rebajar días de cárcel.
La empresa árabe Minesa con los falsos argumentos de la ‘minería limpia’, viene convirtiendo en cómplices del envenenamiento de las aguas y la destrucción del Páramo de Santurbán a muchas personas. Cuando se empiecen a descubrir los hechos, veremos a políticos, funcionarios públicos y líderes sociales escribiendo cartas de arrepentimiento y derramando lágrimas de cocodrilo.
También avergonzarán a sus hijos los contratistas aliados de los políticos corruptos, cuando la cadena de complicidad se les rompa por algún eslabón y queden al descubierto como traidores a la patria.