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Libardo León Guarín
Lunes 18 de mayo de 2020 - 12:00 PM

Mirando por la ventana

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Poco arraigo tiene aquí lo de “es mejor estar preparados para algo que probablemente no sucederá, que suceda sin estar preparados”. Casi dos meses de encierro o como dicen otros de militarización de la vida social, da para tanto de tanto mirar por la ventana, que hasta pienso que a la humanidad le hacen falta de vez en cuando cuarentenas pero sin Covid-19, para pensar pensamientos como decían en Covarachía.

Cómo no pensar que es una vulgaridad proponer un segundo día de las madres, porque en el que ya pasó las ventas fueron escasas, lo cual habla del sentido neto comercial de estas fiestas, inventadas para acosar los clientes diciéndoles cuándo querer a alguien. O cómo no escandalizarse del precio de los medicamentos ya caros antes y con pandemia más domicilio, más caros; sin señales de efectivo control de precios, porque el neoliberalismo es lo contrario, entre decretos y decretos al viento. O cómo no sentir inmensa pesadumbre por el trato a la tercera edad en esta pandemia, confinados y olvidados, lo cual hace pensar en la hipótesis del uso de la oportunidad para control demográfico, algo tan de corte fascista como desalmado.

Y mirando por la ventana pienso en el oso de Guaidó y de su ad-látere J.J. Rendón, ahora de cobijas rotas, con la invasión “patriótica”; de este personaje recordemos que, asesorando una campaña presidencial en Colombia, dijo que la ética era para los filósofos, cuando le preguntaron si es moral utilizar cualquier medio para ganar. Pienso en la sucesión se asesinatos de líderes sociales, condenados oficialmente por este gobierno de abierta derecha, de dientes para fuera; y en el proceso de paz hecho añicos por el mismo gobierno, de dientes para adentro. ¿Y el gasto para mejorar imagen? Cavilo si lo que sigue son personajes en el poder de la catadura de Bolsonaro o de Trump, insensibles a toda condición humana, a toda solidaridad social que no proteja intereses de los que más tienen; que cuando están bien odian al Estado y cuando les llegan las crisis, pues que todos pongamos. Por eso cuando mi vecino, desde su ventana, me pregunta en qué ando, le digo que cantando; porque es preciso decir una mentira, que vengo de allá de un mundo raro, que no sé llorar, ni entiendo el amor...

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