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Libardo León Guarín
Lunes 19 de agosto de 2019 - 12:00 PM

Turismo apacible

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No ponemos en duda la necesidad de huir temporalmente de la gran ciudad, más si es caótica y fatigante; a eso lo llaman hacer turismo de varios tipos. Pero, no valdría la pena buscar tranquilidad y sosiego llevándose puesta la ciudad caótica y encima obligar a los que por fortuna no la sufren, a sufrirla ¡Que los hay los hay! De ahí que podría ser un buen antecedente lo que las autoridades reglamentaron para las “fiestas” que recién terminan en Girón, atendiendo una acción ciudadana para que parques y plazas de uso comunitario estén libres de conciertos y rumbas, porque los vecinos no pueden ser víctimas de noches completas agotadores y bochinches para visitantes. Además, acertaron enviando este tipo de espectáculos a los sitios –estadios, coliseos, teatros-, que desde el Imperio Romano ya se construían para eso.

Una ciudadana española, opinando sobre el problema porque allí también lo padecen, decía que quienes llegan deben acomodarse a las normas culturales de la población y no los pobladores establecidos acomodarse a las juergas de los visitantes. ¿De dónde todo tipo de turismo tiene que ser ruidoso, depredador, libertino? Puede ser apacible, liberador, sostenible. Es el indicado para pequeños pueblos: disfrutar el cambio de clima, de senderos ecológicos, de comidas típicas, de visitas a sitios históricos si hay, de reencuentros con familiares y amigos, caminar por calles sin el acoso vehicular, dormir con los ruidos del silencio, dejar pasar el tiempo sin que nos atropelle... para no volver cansados del descanso. Quien quiera bullaranga y conciertos estridentes, que vaya al Carnaval de Barranquilla, la Feria de Cali, la de las Flores en Medellín y otras, muy buenas para eso.

Lo cual sugiere una pregunta más: ¿Necesitan los pueblos apacibles hacer temporadas de “fiestas”, que no se sabe si son ferias comerciales, carnavales, exposiciones, juergas, fumaderos y otras bellezas? En todo caso lo que sí sabemos es qué son: acontecimientos ajenos que en pocos días dejan el pueblo hecho un estercolero. No pueden seguir siendo los comerciantes nativos y los que llegan en avalancha para las “fiestas”, quienes determinen qué, cómo y cuándo desplazan a los habitantes regulares, haciendo su agosto en cualquier mes del año, sin que les importe algo más que su bolsillo. Para reglamentar el tipo de turismo están los alcaldes y los concejos municipales.

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