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Luis Fernando Rueda
Domingo 11 de agosto de 2019 - 12:00 PM

18 de agosto de 1989

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Si Luis Carlos Galán Sarmiento se levantara de su tumba y tuviera que presenciar los acontecimientos de este país, luego de que ese 18 de agosto de 1989 una miserable ráfaga de ametralladora le arrebatara la vida, su impresión sería probablemente que el tiempo, medido por las circunstancias, caminó tan lento que su muerte contribuyó muy poco, por desgracia, con el cambio que soñó para esta nación.

La periodista María Elvira Samper recoge en su libro 1989 una cronología de un año particularmente violento, como el que más, en el que cada suceso se superaba a sí mismo hasta llegar al fatídico día en el que una combinación tenebrosa de fuerzas, entre enemigos políticos, militares corruptos, los carteles del narcotráfico y los grupos paramilitares, se unieron para acabar con la esperanza que sembró Galán en sus simpatizantes.

“A las 10:45 p.m., conocido el reporte médico oficial, las emisoras de radio confirman la trágica noticia, los principales diarios cambian titulares y primeras páginas, y en las afueras del hospital se agolpan admiradores del líder que no ocultan su asombro y su tristeza. La muerte del líder liberal es para muchos el fin de un sueño, de una ilusión, de una esperanza”, relata Samper en su texto.

Lo sorprendente es que, 30 años después, el país sigue escribiendo su historia a punta de sangre y fuego. El narcotráfico aún es el combustible que alimenta todas las violencias. El paramilitarismo y la guerrilla cambiaron de ropajes como el camaleón, pero siguen vivos. La muerte de líderes sociales, que hace tres décadas tuvo su capítulo más cruel con el aniquilamiento de la Unión Patriótica, nunca cesó. Y la corrupción es hoy un monstruo de diez mil cabezas que produce una penosa indiferencia social.

Días antes de su muerte, Galán dio una declaración a los medios que cubrieron una visita suya a Venezuela, que se convertiría, con el tiempo, en una frase premonitoria: “A los hombres se les puede eliminar, pero a las ideas no; al contrario, cuando se eliminan a los hombres se robustecen las ideas”. Los colombianos hemos sido inferiores a ese pensamiento.

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