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Luis Fernando Rueda
Domingo 07 de junio de 2020 - 12:00 PM

A qué suena una cuarentena

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Los sonidos del aislamiento obligatorio me han devuelto en el tiempo, cuando la Bucaramanga de hace 40 años era una ciudad apacible, de barriadas abiertas a donde cualquiera entraba o salía y los edificios se contaban con los dedos de las manos. Recuerdo que el tiempo lo marcaba el grito del repartidor de leche colgado prácticamente de sí mismo en el platón de una camioneta rozando el pavimento, a primera hora de la mañana, anunciando voz en cuello el recambio para quienes dejaban en las puertas de sus casas la botella vacía o para sacar desde las cantinas la cantidad suficiente que, en otra maroma inexplicable, llenaba ollas y jarras.

Enseguida, el ruido ‘a toda’ de una campana avisaba que el camión del gas venía, desafiando las leyes actuales de la seguridad industrial, bamboleando a su paso los cilindros de propano que instalaban en un santiamén unos señores sudorosos vestidos de habano. Luego se escuchaba el estribillo del “botella, frasco, litro o papel” o el del “se arregla olla a presión”. Más tarde el timbre de la casa sonaba y, enseguida, un “me socorren algo de comer”, asomando por la puerta el rostro de la pobreza.

Pues cuatro décadas después, los sonidos regresaron, ya no para evocar un grato recuerdo infantil, sino para estrellarnos contra la cruda realidad que ha dejado a su paso esta cuarentena. Cinco millones de personas, según el Dane, pasaron a las filas de desocupados en Colombia en el primer mes en el que se paralizaron las actividades. La informalidad, que vive del ‘diario’ y no de estadísticas, no sobrevive con la entrega de un mercado, por eso en las últimas semanas, en cualquier momento un grito o una trompeta rompen el silencio.

Pueden ser los aguacates en promoción, la oferta de productos ‘Postobón’, la fruta fresca o el alarido “padre, madre... por favor, apóyenos con cualquier cosita”, que sale de las gargantas de los migrantes venezolanos, que viven una doble tragedia, o el grupo mariachi que ahora pelea la calle para buscar qué llevar a casa.

La pandemia también tiene sus propios y crueles sonidos.

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