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Luis Fernando Rueda
Domingo 23 de agosto de 2020 - 12:00 PM

La oligarquía política

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La historia nos ha enseñado que la causa libertadora de hace 200 años espantó los intereses de la Corona española que nos pretendía eternamente como sus súbditos. Y nuestras riquezas también. Así se marcharon de estas breñas los virreinatos impuestos por la monarquía y se asomó una nueva forma de gobernar bajo los vientos de libertad que trajo la República.

Pero el apego al poder nunca se fue. Desde el Libertador, que una y otra vez ostentó la presidencia de la Gran Colombia, con algunos asomos de tiranía, hasta el sol de hoy quienes han ocupado su solio, se envilecen con esa figura, no la de Bolívar -o de pronto sí- de la cual les cuesta demasiado dejar de lado.

Pasar al retiro no está dentro de sus planes, incluso el título de ‘presidente’ lo siguen ostentando, arengado impunemente por sus seguidores, que en el caso más extremo de su frenesí le agregan el adjetivo ‘eterno’ como si quisieran que el tiempo no lo midiera y lo acercara, eso sí, a la semblanza de un semidiós. Un mesías con poderes supremos para obligarnos a que el estado de opinión esté por encima del Estado de derecho y a que su descendencia herede, como en cualquier monarquía del viejo continente, el poder de una especie de reinado que los hace intocables, casi inmortales.

Las casas de los partidos políticos han sido ese premio de consolación para aquellos expresidentes que, en vez de dejar que la historia los juzgue y ponga en su lugar, se apoltronan en su interior para seguirse alimentando del cordón umbilical que los une al establishment. La lánguida reelección de César Gaviria en la dirección del partido Liberal, hace pocos días, fue una bienvenida al pasado y no al futuro, cuando hace 20 años abrigó la esperanza de un país encerrado en una espiral de violencia.

Nada ha cambiado en dos siglos de historia. Así lo sentenció en una de sus frases el recordado Luis Carlos Galán: “Colombia está dominada por una oligarquía política que convirtió la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos”.

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