De la ciudad de la alegría pasamos a la Bucaramanga en donde el mañana era hoy, luego trabajamos todos por ella, posteriormente la hicimos empresa de todos, más adelante la convertimos en una sola ciudad, un solo corazón, llegó entonces la lógica, ética y estética, que tuvo que mutar a mitad de camino a la construcción social, transparencia y dignidad, hasta el sol de hoy en donde gobernar es hacer.
En esas nos la hemos pasado durante los últimos veinte años, poniendo una banderita auriverde por aquí, metiéndole un corazoncito rojo por allá, dibujando un solecito amarillo por arriba o haciendo de la gestión pública de cada mandatario local una marca propia, buscando que en la memoria del ciudadano se fije ese sello por el que tendríamos que recordar a los inquilinos que pasan por el quinto piso de la Alcaldía de Bucaramanga.
Hace una semana el Concejo aprobó el proyecto de Acuerdo 010 del 2020, mediante el cual se adopta el escudo oficial de Bucaramanga como la única imagen de la Alcaldía, el mismo Cabildo y los institutos descentralizados. Es una buena noticia porque, según sus promotores, la ciudad deja de disponer recursos para ‘mercadear’ las ejecutorias del alcalde de turno, que en las últimas cuatro administraciones nos ha costado una suma que supera los 20 mil millones de pesos. Con esa platica hubiéramos arreglado, hace rato, el estadio de atletismo Luis Enrique Figueroa Rey y quedarían ‘vueltos’ para atender otras necesidades.
Esto no se habría dado si un quijote de esas ‘pequeñas’ causas hubiera renunciado a su propósito a la primera puerta que le cerraran. Alfonso Becerra, un gestor cultural de esta ciudad, se llenó de argumentos, carpetas, memorias, decretos y cuanta cosa fuera, durante diez años, para lograr que alguien le ayudara a dar un empujón a su idea: lo público nos pertenece y la marca institucional es una sola.
Los concejales Carlos Parra y Danovis Lozano hicieron eco y lograron que, a partir de 2024, los símbolos de la ciudad sean lo que nos haga sentir orgullosos y no los eslóganes pasajeros disfrazados de virtuosismo.
