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Luis Fernando Rueda
Domingo 01 de diciembre de 2019 - 12:00 PM

Una conversación permanente

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En medio de la agitación social que vivimos desde hace un par de semanas, ha sido recurrente escuchar, en distintos escenarios de la cotidianidad, que “en mi casa no hablamos ni de religión ni de política”, regla que se ha extendido a los populares, invasivos y a veces impertinentes grupos de familiares o amigos cercanos de WhatsApp.

Por culpa de un comentario, en contra o a favor, algún contertulio se ofende y el diálogo se rompe. Pienso que no hay nada más equivocado que restringir o censurar un tema que no nos puede ser ajeno -hablo de la política- en la medida en que los seres humanos somos, según el filósofo griego Aristóteles, ‘animales políticos’ (el zoon politikón), es decir, sujetos con una amplia dimensión social y cívica que construimos comunidad. Los seres humanos estamos predispuestos a ser sociables y solo, a través del diálogo y el disenso, se pueden alcanzar los acuerdos.

¿De qué otra manera puede uno aprender a deliberar sobre este tema si no es en su propia casa o con los más cercanos? No se trata de imponer a la fuerza sobre cuál tendencia política es mejor que otra, es conversar con plenas capacidades argumentativas sobre los problemas comunes, aquellos que terminan irreversiblemente afectándonos para bien o para mal, así nuestras simpatías políticas sean contrarias.

Las multitudinarias manifestaciones de estas semanas nos han puesto de cara a una refrescante realidad, que ya tuvo su primer envión en las elecciones regionales de octubre pasado: los colombianos marchamos ahora porque queremos un cambio, sin embargo, cuando se profundiza en las razones por las cuales se llegó a este punto de no retorno, las causas son variopintas y allí se entra en el peligroso terreno de la pesca en río revuelto.

Quien no tenga una estructura previa sustentada en esa conversación civilizada seguramente termina preso de aquellos influenciadores pirómanos que aprovechan para amplificar sus odios ahora magnificados por el universo de las redes sociales. Por eso limitar el tratamiento de los asuntos que nos gobiernan “a los otros” es seguir dejando que los mismos de siempre decidan por nosotros.

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