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Luis Pinilla Pinilla
Miércoles 01 de abril de 2020 - 12:00 PM

Violencias de hoy, herencia de un pasado

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Ante la gravísima crisis por la que está atravesando la humanidad entera, en lo político, lo económico, lo social, lo humano, es bien difícil organizar ideas como para hacer un escrito, un artículo periodístico; por ello voy a mi libro “Violencias de hoy, herencia de un pasado”, editado en 2011, con el patrocinio de la Gobernación de Santander, siendo Gobernador Horacio Serpa Uribe.

Como autor de la obra, empiezo por declarar que no poseo la verdad histórica, solo soy su incansable buscador; la verdad puede ser relativa de acuerdo a perspectivas en el tiempo y el espacio. La obra debe acogerse como un aporte a la misión permanente en el proceso de construir la paz. Y la crisis por la que estamos atravesando, en el ir y venir, tiene bastante que ver con la paz.

Tampoco afirmo que una cultura de la violencia sea la causa única de nuestras violencias y mucho menos hablo de componentes genéticos, tema propio de la investigación biológica, pero sí sostengo que mientras no consigamos aceptar, para superarlo, que hay un ingrediente cultural en nuestras violencias, será una quimera tratar de construir la paz.

Por su parte el sacerdote Eduardo Díaz Ardila (+), dice en el prólogo de la obra escrito por él: “Ese ‘ingrediente cultural de nuestras violencias’ ya lo había propuesto el autor en su libro anterior: “Violentos somos”, en el cual hace un recuento histórico de las diversas formas de violencia que se han dado a través de la historia de Colombia. Es el influjo cultural que nos viene de esa tradición histórica de repetición de guerras a lo largo de los años, en diversas formas y por diversos motivos.

“Ahora lo retoma al analizar las violencias más recientes, acentuando sus dimensiones culturales en una doble dirección: las diversas expresiones de violencia crecen en formas culturales propias de nuestro pueblo, que constituyen como su caldo de cultivo, pero a su vez alimentan ese ambiente cultural para reforzarlo y profundizarlo.

“Lo explicita con detalle en el caso primero que analiza: el narcotráfico. Éste se alimenta de una cultura que no tiene en cuenta el respeto a la ley y la ética, así como en una sociedad de consumo, que valora todo por sus efectos económicos; igualmente lo favorece la debilidad e ineficiencia del Estado, que lo hace incapaz de responder a los requerimientos de la situación nacional, especialmente a las necesidades e intereses de los sectores más pobres. El narcotráfico llena esa vacío y se implanta con la complacencia o tolerancia de la población. Pero a su vez él fortalece esa cultura de la ilegalidad y el consumismo, generando la narcomentalidad: hacerse rico lo más pronto posible, con el menor esfuerzo y sin miramientos a la ética o la legalidad de las acciones a realizar.”

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