Desde hace muchos años se han hecho esfuerzos, aunque poco exitosos, de recuperar el inmenso potencial del río Magdalena, tanto para la seguridad nacional, como para el transporte de pasajeros, el turismo o la exportación e importación de toda clase de productos.
Como se sabe, “el eje fundamental del sistema democrático es el voto” y aunque es un postulado conocido, no se debe dar por sentado el poder que conlleva el ejercicio de votar.
La historia inicia en la antigua Grecia, alrededor del siglo quinto a.C, donde solo algunos ciudadanos -varones y libres-, tenían la oportunidad de participar en la vida pública, votando en la adopción de leyes, decisiones de orden público y en la elección de ciertos funcionarios.
Durante siglos, la historia de las sociedades democráticas tuvo diversas restricciones para ejercer el derecho a elegir y ser elegido, en razón a su raza, sexo o condición social, por lo que el camino para lograr el sufragio universal fue largo y difícil.
Por ejemplo, solo hasta 1.893 (24 siglos después del surgimiento de la democracia), se reconoció el derecho al voto para la mujer, siendo Nueva Zelanda el primer país en permitir el voto femenino, seguido por el Reino Unido en 1918 y Estados Unidos en 1920. En Colombia, solo hasta 1954 fue aprobado.
Por eso, el ejercicio del derecho al voto, no solo es un logro histórico para los ciudadanos, sino también, y tal vez, más importante, es una responsabilidad. El voto, como representación de la democracia y expresión de la voluntad colectiva, debe ser ejercido con total conciencia y sensatez, de manera informada y responsable, y no, como es común, atendiendo a otro tipo de factores, como los sesgos o tradiciones ideológicas o la consecución de favores particulares.
Es importante entender, que la elección de quienes dirigen el rumbo de nuestras ciudades tiene efectos directos en la vida de toda la población. Elegir, es entonces, una responsabilidad colectiva, que requiere un compromiso tanto de los votantes como del propio Estado, pues también hay que decirlo, la corrupción, el abandono y la desidia estatal, han generado grandes brechas de desigualdad y una cultura clientelista, que se convierte en terreno fértil para la compra de votos, las promesas electorales incumplidas y la impunidad.
Por ello, los electores, tienen el deber de informarse sobre los planes, metas y programas que proponen los candidatos y votar responsablemente por quien posea el conocimiento necesario para ejercer el cargo al que se postula y exponga proyectos y propuestas claras, realizables y concordantes con la resolución de las necesidades reales del territorio.
Votar, es un compromiso cívico, además de la forma más directa de participación ciudadana, por lo cual la invitación a los electores es a ejercer este importante derecho, de manera libre, informada y reflexiva.