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De todas las cosas que le dicen a uno de la convivencia en pareja: que hay que ser tolerantes, que hay que hablar, que las relaciones se construyen entre dos, que no hay que dormirse bravos, que el manejo de la plata es muy complicado, y muchas otras cosas más, no le hablan a uno de una de las más importantes de todas: el control del televisor.
Y es que uno puede compartir muchas cosas, pero cuando los gustos son tan diferentes, es más difícil llegar a un acuerdo.
En mi caso por ejemplo, somos polos opuestos. Mi esposo es amante de los deportes y de las películas donde hay mucha acción y bala. Por mi parte, amo las novelas malas y las películas románticas. Así que no hay mucho de dónde escoger. Creo que las peores discusiones las hemos tenido frente a ese aparato un domingo de locha pensando: ¿qué vamos a ver que nos guste a los dos? Damos vueltas por los canales, buscamos en Netflix y en todas las aplicaciones algo que medio nos guste a los dos. Y ¡yupi! Lo hemos logrado con algunas series que cuando llegan al final nos toca volver a la negociación y a la búsqueda de qué ver.
Con el cine ha sido más fácil, hay películas que nos gustan a los dos, y si no, nos turnamos una de acción y otra romántica o de llorar. Hemos podido sobrevivir a eso, porque no soy apasionada de la televisión, pero cuando quiero ver, saco las uñas para divertirme con lo que quiero y no con miles de balas y sangre en una película que no me va a gustar por más que lo intente.
Pero no importa, uno de mis mayores aprendizajes ha sido que cuando uno logra ceder el control sin pelear, ha ganado más en la pareja de lo que uno cree. Porque está cediendo espacio, tiempo y gustos. Y eso es amor.
Así que si mientras su pareja ve una carrera de motos, aproveche y léase un libro.
O cuando usted está viendo una película, que su pareja lea, hable, arregle o simplemente la acompañe.
De pronto, viendo le empieza uno a coger el gustico por algo que no se imagina y aprenden a compartir el control el pareja. Uno de los grandes logros del matrimonio.
