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Óscar Rey Vesga
Miércoles 28 de noviembre de 2018 - 12:00 PM

Aporofobia: miedo a los pobres

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Tenemos una nueva palabra en nuestro léxico según la RAE. Inventada por Adela Cortina, filósofa española y profesora de la Universidad de Valencia, la palabra “aporofobia” existe desde diciembre de 2017. Declarada palabra del año, le ganó a Bitcoin, noticias falsas o uberización, pues la creadora cree en su capacidad de cambiar nuestra realidad social. Se fundamenta en describir a quien tenga condición de discapacidad, inmigrante, refugiado y en especial aquel que en ámbitos específicos no tiene recursos económicos, sociales y políticos entre otros.

Cortina fundamenta parte de su creación con palabras de Gabriel García Marquez en ‘Cien Años de Soledad’: “el mundo era tan reciente, que algunas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

La humanidad requiere darle nombre a las cosas para validar su existencia, cuando algo no tiene nombre, no existe. Las enfermedades lo tienen, los huracanes también, la mayoría de los miedos tienen su nombre: al espacio abierto o cerrado, a las alturas, a hablar en público, pero hasta ahora se define la fobia a los pobres: aporofobia. Hacerla visible para el mundo, para Colombia, para nuestra ciudad, nos permite tomar una posición frente a ella, cultivarla o erradicarla.

Desde nuestro cerebro, tenemos miedo a lo extranjero, somos xenófobos. En el afán de autoconservación, solo compartimos con aquellos agentes con los que nos sentimos bien, hablar nuestra misma lengua, compartir con personas del mismo color o fisionomía similar, de nuestras mismas condiciones sociales o económicas. Sin embargo, también tenemos la capacidad de preocuparnos y ayudar a otros, somos altruistas, con una condición, siempre que haya reciprocidad, que recibamos algo a cambio.

“Cumpliremos nuestros deberes si nuestros derechos son defendidos”, todo es un contrato para el humano. Quien no tenga nada para ofrecer será excluido.

Para corregir este comportamiento tenemos que desarrollar nuestra compasión. La capacidad de sentir su tristeza, así como su alegría. Si creemos que alguien no tiene nada que ofrecer, somos nosotros a quien algo le falta, somos nosotros quienes no tenemos algo para ofrecer.

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