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Puno Ardila
Lunes 30 de noviembre de 2020 - 12:00 PM

Cínico y siniestro

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Qué vergüenza que el país siga teniendo que aguantarse a Néstor Humberto Martínez Neira, después de su oscuro proceder como abogado de empresas vinculadas en casos de corrupción y contra el empeño de (casi toda) Colombia por sacar adelante el proceso de paz. Qué vergüenza que haya sido postulado y nombrado fiscal general, y en su cargo haya dejado ver tantos siniestros timonazos. Qué vergüenza que, después de que se le prueba una buena cantidad de sus torcidos, la respuesta de su amigo, el Duque, sea darle una embajada, “para que no lo molesten”.

Se le abona –sí– que haya dado la cara a la citación de los senadores Iván Cepeda, Roy Barreras y Gustavo Petro; pero se le desabona su inexistente discurso argumentativo frente a las acusaciones y a las pruebas presentadas en su contra, porque –al mejor estilo de los integrantes del partido de gobierno– se fue por las ramas con evasivas y falacias.

El meollo de su accionar como atacante del proceso de paz se lo planteó Petro al final: «¿Por qué no quieren la JEP?, porque ahí deben ir terceros muy poderosos, clientes de Néstor Humberto Martínez, a declarar por qué financiaban el genocidio en el país. Y ese es el motor de esta conspiración. Es que necesitaban acabar el proceso de paz en Colombia porque el proceso de paz en Colombia estará cimentado sobre la verdad, y la verdad no le gusta al poder, simplemente porque este es cómplice del genocidio en Colombia».

Teguméntum mensæ. No sé qué tan excéntricos seremos quienes no postulamos a Maradona para la beatificación ni lloramos su muerte revolcándonos en el piso ni aplaudimos que se decreten tres días de luto. Nadie se atreverá a negar que fue uno de los mejores jugadores del mundo, aunque las estadísticas lo dejan, sin sombra de duda, por debajo del rey Pelé. Y nadie podrá dejar de aplaudir muchas de sus jugadas excepcionales; aunque no sé qué tan excéntricos seremos quienes no lo convertimos en deidad por meter un gol de forma ilícita. Como jugador ha de ser un referente; como persona, no.

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