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Puno Ardila
Domingo 16 de octubre de 2022 - 12:00 PM

El oficio de misiá Patricia

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En la entrevista de la semana pasada de El Espectador con Patricia Ariza, la ministra de cultura, se percibe que arrancó bien. Aprovechamos para preguntarle a Bernardino, tan cercano a estos temas, sobre lo que debiera hacerse desde esa cartera.

Debe empezar —contestó Bernardino— por trazar, con la ayuda del pueblo, una política cultural, y defenderla y promoverla y promocionarla, en busca de identidad. Debe defender lo defendible, la identidad en los elementos culturales que convocan al pueblo: idioma, gastronomía, costumbres... folclor, en general, y la formación (educación), para que haya acceso a una “cultura culta”, como hubiera dicho Gramsci.

Debe actuar de manera transversal con los otros ministerios, y debe esquivar defender lo indefensable, porque hay cosas que se resuelven con el tiempo, en el devenir de procesos sociales y culturales: si bien, defiende el idioma, no tiene que hacerlo por encima del conocimiento y del uso de lenguas nativas, ni protegerlo hasta volverlo impermeable, porque, si no, en vez de mejorar, el idioma moriría; es decir, debe permitir que se permee la estructura social y cultural, pero defenderla desde los elementos de identidad.

En un ejemplo sencillo, qué significa un chico que visita a una familia en otro país, y le preguntan: «¿Ustedes qué hacen en su casa?; ¿cuáles son sus costumbres en épocas como la Navidad?; ¿cómo se reúnen?; ¿qué se regalan y por qué?; ¿qué comen?; ¿qué cantan?...». Y el chico, dentro de lo normal en nuestra sociedad, no tendrá una respuesta. ¿Por qué no?; porque no tiene una identidad cultural definida. Y lo mismo ocurre con la mayor parte del pueblo colombiano, que desconoce su cultura, y, dentro de ella, el folclor, sus costumbres, su gastronomía y sus expresiones artísticas auténticas.

En fin, parece que la ministra Ariza —tan de izquierda ella— comenzó ya con el pie derecho su labor de lo que debe hacerse verdaderamente desde el Ministerio de Cultura, relacionado, precisamente, con el reconocimiento cultural de nuestro país, en vez de lo que se hizo anteriormente, de atomizar unos paupérrimos recursos en festivales y reinados y —peor aún— en la tal “economía naranja”.

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