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Puno Ardila
Domingo 04 de julio de 2021 - 12:00 PM

Huérfanos de la cultura

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La muerte del gran músico y compositor Alfonso Guerrero nos deja, además del profundo dolor de su partida, reflexiones del pasado, el presente y el futuro de la música colombiana de todas las regiones, nuestra identidad y nuestra cultura:

Primera. La enorme fuerza que alcanzó la música colombiana a mediados del siglo pasado se fundamentó en cuatro poderes sociales: el comercio, los medios de comunicación, la educación y el Estado. Hoy ninguno de estos poderes tiene relación con nuestra música, ni se percibe en ellos interés alguno. Es más: ni siquiera la entienden; para que haya apego por nuestra música —o cuando menos interés— hay que quererla, apreciarla o —como digo— entenderla; pero la música colombiana se salió de los oídos de la sociedad moderna porque no se tiene capacidad para entenderla.

Segunda. Por un lado, el comercio y los medios de comunicación viven amangualados en busca de dinero, y todo lo que hacen, dicen y promocionan es lo que les mueva la caja registradora; la calidad les importa cinco. Por otro lado, la pésima educación y la corrupción del Gobierno se juntan también cuando se trata de ignorar cualquier cosa, cualquier detalle que se relacione con la definición de una verdadera cultura, de una real identidad cultural del pueblo colombiano.

Tercera. Hablar frente a la mayoría de los colombianos del significado del maestro Alfonso Guerrero, para Santander y para Colombia, y de que su muerte es también la pérdida irreparable para la música colombiana y nuestras costumbres, y de que con él se va uno de los íconos irremplazables de una región y de una tradición es (tristemente) como hablar en chino; o como hablar de historia, geografía, matemáticas o español con cualquier estudiante, o con cualquier bachiller, o con tantos adultos que han vivido durante más de cuarenta años en esta nación atacada por intereses económicos (que mueven todos los demás: políticos, sociales, educativos, comerciales, etcétera, etcétera) y abandonada a su suerte, sumida en la pobreza y la ignorancia.

Ojalá los gobernantes entendieran y valoraran; pero, viendo lo que hay y lo que viene, el horizonte es negro.

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