En el mundo, el papa Francisco anda agarrado de las mechas con los prelados, los más conservadores, ellos, que se niegan a aceptar que las mujeres puedan realizar los oficios religiosos, y que tengan los mismos derechos que los hombres, dentro y fuera de la Iglesia, dizque porque así lo dicen las sagradas escrituras, que dizque instituyeron el matrimonio, el celibato y otras hierbas aromáticas, pero no topa uno esos discursos en ninguna parte, como para comprobar que sea cierto que son mandatos divinos y no inventos de la jerarquía eclesiástica para manejar el dinero y el poder.
En Latinoamérica, la fuerza de los pueblos comienza a sentirse, y comienza a despertar y a bullir el inconformismo a causa de esos mandatos voraces, mientras en Colombia, en día de elecciones, sale uno a decirles a los muchachos que lean y voten —en ese orden—, a ver si dejan de clavarnos gobiernos plagados de gente deshonesta e incapaz; pero todo parece indicar que las cosas seguirán como han venido siendo: los votos siguen pagándose a cincuenta y a cien, y a la gente pobre le facilitaron las tejas y el cemento desde la semana pasada, y se repartió y se derrochó tanto dinero de un solo candidato, que, si ganó (seguramente ganó, con todos los votos que compró), tendría que pasarse como quince años en el cargo para cubrir con su salario todas las cuentas que su campaña deja pendientes.
Afortunadamente, y gracias al dios que intercede por los candidatos, en el primer año ya han pagado todas sus deudas, y les queda el resto del “mandato” para mandarse al bolsillo el montón de plata del erario. Y los dueños del país, de la manera más descarada —ya ni les importa, si saben que la justicia no los toca—, haciéndose a más plata de los pobres, para echarle a ese buche insaciable de sangre y de dinero.
Y hasta las próximas elecciones. Pero, mientras tanto, a quejarnos por todo; y todos felices.
Ojalá en Colombia la gente se negara a vender su voto y a comprar robado, que es lo mismo.
