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opinion/columnistas/puno ardila
Domingo 29 de diciembre de 2019 - 12:00 PM

Promesas 2020

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Cuántas promesas quisiera hacer para 2020, aunque sean repetidas, e inalcanzables, como pagar deudas; o imposibles, como lograr que la gente deje de creer en políticos; o absurdas, como lograr que esos mismos políticos dejen de mentir y de robar. Pero, de verdad, son promesas que se quedan en eso nada más, en promesas.

En cambio —sí—, puedo prometer lo que a fuerza de empeño y voluntad he de alcanzar, como comprender que los hijos se van apenas despliegan y fortalecen sus alas; que cada miembro de la familia tiene su propio mundo y se debe a él, y que cada presencia suya y de los amigos es un momento de gozo, o, lamentablemente, un motivo forzado por circunstancias adversas, especialmente la muerte.

Puedo prometer también que fortaleceré mi capacidad de entrega en la amistad; pero no esperaré nada a cambio, porque la fuerza de la amistad se mide en la entrega, no en la retribución.

También puedo prometer que no esperaré gratitud, porque la gente se ha acostumbrado a que las cosas lleguen con el menor esfuerzo; y cuando a alguien se le da una vez, se vuelve costumbre: “Oblígate que te obligarán”. Los semáforos están llenos del principio básico de que la vida se puede ganar, no por el sacrificio y la entrega personal, sino por la obligación social que los demás deben tener con el que pide. El principio pareciera ser: “Estoy pidiendo dinero; no busco trabajo”. Esperar gratitud por lo que se da es propiciar desengaños que no valen la pena.

Prometo que tampoco esperaré cambio alguno en las instancias de poder, cuya esencia es precisamente no cambiar; la estructura política de nuestro país es lo más corrompido del universo, y sus bases descansan en el pueblo ignorante y necesitado. Pero sí hemos de esperar que esas bases sigan cambiando, y que el pueblo mejore cada vez más su nivel (incipiente —sí—, pero existente ya, por fortuna) de lectura y análisis, de textos y de contextos.

Y resistiré los embates de la barbarie humana, aunque —parodiando a Diógenes— cuanto más la conozco, prefiero a mis perros.

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