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Rafael Gutierrez Solano
Miércoles 30 de septiembre de 2020 - 12:00 PM

Debate...

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Sí. ¿Cuál debate? Lo que los televidentes de muchos países del mundo presenciamos por CNN en español, con ocasión del pobre y lamentable espectáculo ofrecido por los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, republicano, actual mandatario, y Joe Biden, demócrata, ex Vicepresidente en el gobierno de Barack Obama, es de apenarse. Diría además, pena ajena. Fue una sesión de improperios, insultos e interrupciones que desbordaron la capacidad de control del “moderador” Chris Wallace, a quien le quedó grande el programa.

La gran responsabilidad de ese bochorno hay que atribuírsela a Trump, quien cual niño malcriado – así lo formó y educó su padre Fred- mentiroso y grosero, frustró lo que debió ser una lluvia de ideas, propuestas y programas de su parte, en esta coyuntura tan difícil para Norteamérica. Nada de eso vimos. Para mi fue el gran perdedor, aún cuando sus radicales seguidores lo verán de otra manera. Por el contrario, Biden no se dejó provocar y enredar en esa telaraña de “mala leche”, y con gran compostura, mirando a sus seguidores, respondió a los agravios con propuestas serias, y logró en parte salvar algo del programa. Como expresó Sor Juana Inés de la Cruz en uno de sus sonetos: “Que muchos ojos no pudieron verlo, más ninguno pudieron no llorarlo”.

Que esto suceda en lo que llaman la primera democracia del mundo, es una total vergüenza y desgracia para los que aún creemos y defendemos este sistema político. Algunos personajes en estas mediocres sociedades políticas buscarán imitar el estilo de galeote de ese bocón y mal encarado del Trump, porque el mal ejemplo cunde. Además, si por allá llueve, por acá no escampa y lo padecemos a diario. Eso de que la democracia se identifica con el adagio Vox populi, vox Dei, “la voz del pueblo es la voz de dios”, quedó derrotada y en el olvido en estas circunstancias, por la vulgaridad que caracterizó el citado debate. Podemos afirmar ante lo lamentable del hecho, que la democracia da a cada uno el derecho a ser su propio tirano.

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