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Rafael Gutierrez Solano
Miércoles 27 de febrero de 2019 - 12:00 PM

Resistencia y participación

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Los recientes acontecimientos en Venezuela son el clásico ejemplo de lucha entre el poder y la libertad. Dos escenarios conoce el mundo de una Nación ingobernada y arruinada: el primero presidido por Nicolás Maduro, reelegido con fraude, sostenido por una élite corrupta y criminal de la que hace parte el aparato represivo de las fuerzas militares. Una copia chavista del régimen cubano, que ha sido su mentor y funesto apoyo a cambio de petróleo, incluidas sus rentas. El segundo representado por Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, elegida por el pueblo y desconocida de manera arbitraria por el gobierno de facto que se inventó una Constituyente, para hacerle contrapeso ilegal y perseguir a la oposición. Este presidente interino tiene respaldo continental, de los Estados Unidos, de la Unión Europea, etc., pero no ha sido suficiente. La mafia que se tomó el poder sigue atornillada y el resto del planeta, incapaz de lograr medidas efectivas para desalojarlos.

Se trata de dos rivales que se disputan el espacio político “echando un pulso” para ver quién se queda con más terreno. Ante una coyuntura tan confusa, indefinida y peligrosa para nuestra República, donde Rusia, China, Turquía, etc. quieren jugar de locales defendiendo sus intereses económicos
-también les atrae su petróleo y derivados- la solución definitiva está en manos de los ciudadanos venezolanos: ellos con su presencia en las calles, su oposición al régimen tiránico, su reconocimiento a los representantes legítimos y el aval del Grupo de Lima con el liderazgo de Colombia son la única alternativa pacífica posible para acabar tanto desastre y empezar una nueva era de reconstrucción de la sociedad.

Cuando los amigos del Norte hablan de que todas las opciones están sobre la mesa, recordemos que la frontera de más de dos mil kilómetros la tenemos nosotros con Venezuela y no ellos. A la distancia es muy fácil y cómodo organizar contiendas.

Pueden estar pensando en utilizar las armas como el lenguaje duro de la política, y la guerra como el modo privilegiado de hacer política. Todo lo anterior para terminar más adelante en una mesa conversando. Es decir, haciendo política.

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