Como lo anticipamos hace unas semanas y lo confirmó una reciente denuncia de nuestros periodistas, la contaminación visual,...
¿A las calles?
El pasado 1 de mayo durante la conmemoración del día del trabajo, el presidente Gustavo Petro salió a su balcón acompañado de su esposa, Verónica Alcocer, a indicarle a la ciudadanía que, si el Congreso de la República no apoyaba las reformas legislativas que desde el gobierno se proponen, se suscitaría una revolución en las calles por parte de los electores del autodenominado “gobierno del cambio”. De forma paralela, pero en el Valle del Cauca, la vicepresidente, Francia Márquez, lanzó arengas y hurras a favor de la denominada “Primera Línea”, que en el año 2021 destruyó bienes privados y públicos a manera de protesta por el alza en los precios de algunos insumos de primera necesidad.
Preocupante, por decir lo menos, fue la intervención de los mandatarios de los colombianos, que a manera de amenaza pretenden lograr que se haga lo que estiman es lo correcto. Querer decirle al país que si el congreso no accede a sus pretensiones lo que sigue es una protesta, más que una extorsión vedada hacia los parlamentarios, es una clara ambientación de una asamblea nacional constituyente, muy al estilo de los dictadores del hemisferio que han gobernado en distintos periodos históricos.
Y es que no de otra forma se puede entender que el presidente de “las minorías” desconozca, soportado en el poder de las mayorías electorales, la división de poderes que rige los destinos de la nación. Olvida el primer mandatario que el congreso no es el notario del presidente, y que los jueces no son los validadores del dueño de la chequera; no, así no funciona el Estado. El hecho de que la nefasta práctica politiquera ha generado que entre ejecutivo y legislativo exista una especie de contubernio, ello no implica que cuando la maquinaria no funciona se desconoce la democracia. El Congreso, bueno o malo, debe vigilar y controlar las actuaciones de la Rama Ejecutiva, más no convalidarlas al pedido del emperador de turno.
Llamar a una revolución en las calles, más allá de ser un acto irresponsable, constituye un profundo irrespeto a las instituciones y a los derechos de los ciudadanos que hoy, paradójicamente, se han convertido en una minoría apabullada por el dueño del lapicero; o sea, el ahora representante de las mayorías. Curioso.