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Dolor e inocencia
Se ha ido, hace unos días y con 88 años, Kenzaburo Oé (Nobel de literatura 1994) dejando una profunda huella en el largo camino de la literatura y el alma de Japón. Proliferarán los comentarios sobre su obra, pero estas líneas ponen foco en un aspecto personal porque conviene no separar la obra del artista, ver el conjunto da magnitud y valor al arte; así lo creo.
Oé fue un escritor políticamente comprometido, y en cierto modo un activista. En 1963 nació su hijo con una grave hidrocefalia e importantes lesiones, lo cual modificó el rumbo de su obra que se hizo más personal y humana. Hikari Oé, el hijo, no podía comunicarse, tenía epilepsia y padecía autismo severo; su madre observó que lo atraían los cantos de los pájaros. Le dieron un disco con sonidos de distintas especies de aves que iban siendo identificadas por un narrador. Un día mientras oía un trino en el parque dijo su primera palabra: el nombre del ave.
Sus padres se dedicaron a propiciar, descubrir y profundizar el interés auditivo de Hikari, el cual fue mutando hacia la música. La profesora de piano de Hikari observó que identificaba fácilmente a los grandes compositores, pero prefería ejecutar sus propias composiciones. Hikari Oé crea música culta, es muy conocido en Japón. La pianista Martha Argerich cuenta que en una gira por Japón le propusieron tocar una pieza de alguien poco conocido, “era música pura”, dice; pues era Hikari Oé (música en Youtube).
Kenzaburo Oé tuvo alrededor de 1999 una comunicación epistolar con Vargas Llosa. En una de sus cartas habla de su hijo. “Tumbado boca abajo a mis pies, apuntando en un cuaderno unas notas musicales (...) Apenas habla, pero casi siempre está conmigo.” Refiere que a partir de la experiencia vital con Hikari reconoció el poder de la inocencia, especialmente cuando supo que en latín este vocablo (innocentia) se opone a herir (nocere). Desde las heridas que causan que alguien quede discapacitado, viene un proceso en fases que termina con la aceptación. Lo mismo ocurre con las sociedades, decía Oé y confiaba en que Japón aceptare sus heridas de post guerra y jamás retrocediera hacia el belicismo en su evolución. Las heridas se curan verdaderamente si no se permite que el dolor se lleve la inocencia. En Japón y en cualquier parte.