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Samuel Chalela
Viernes 11 de mayo de 2018 - 12:00 PM

Mujer, víctima dos veces

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La violencia contra la mujer, cuya visibilidad sigue abriéndose paso, desata inmensa y justa solidaridad, pero a la vez pone en vergonzosa evidencia la profundidad de los prejuicios de género, cuando ante un escándalo de maltrato, abuso o acoso, aparecen voces en el interior –y lo peor, muchas manifestaciones explícitas- de duda automática: “Quién sabe qué haría”, “se exponen y después se quejan”, “con la ropa que usaba”, “seguro es por joder al tipo”. Detrás de esas ideas lo que hay es una presunción cultural del culpabilidad, una cuenta pendiente de la mujer, que ante cualquier hecho que la involucre arranca con saldo en rojo por el solo hecho de tener -según muchos- que ser recatada, sumisa, resignada y no dar problemas. Entonces, lo que se disfraza como preguntas razonables para garantizar el debido proceso del victimario (así sea el del juicio social), en realidad es una doble victimización de la mujer, quien ante un episodio de abuso, tiene además que explicar y fundar que no lo ocasionó, que no es su culpa. Algunos investigadores sociales dicen que lo que realmente hay en el sótano del machismo que subsiste en la vida contemporánea, es la cuenta de cobro por ese poder de vida y de muerte que se le atribuye, sobre todo cuando el debate del aborto está tan encima de la mesa actual.

La mujer no vive para sí misma solamente, sino para ser responsable de la especie, quien la prolonga; ese postulado la sigue en la vida. Ya en la tragedia griega de Eurípides, Medea castiga al padre de sus hijos (Jasón) matándolos, “entonces a tu prole, mujer, va a matar?”, y Medea contesta: “Sí porque es lo que más dolerá a mi marido”. El debate del aborto que ahora pudiera abrirse nuevamente con la revisión de una tutela en la Corte Constitucional, pone de presente la necesidad de enfocar el asunto de los derechos reproductivos de la mujer desde una perspectiva más sanitaria que ética.

El Estado no puede dar la espalda a la tragedia que implica para una mujer la decisión de interrupción del embarazo y someterla a que acometa la situación en clandestinidad y con riesgos enormes para su vida.

Se trata de que después pueda ir a llorar su tragedia, sin tener que además luchar contra el sistema sanitario.

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