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Santiago Gómez
Jueves 15 de julio de 2021 - 12:00 PM

El país VIP

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No hay mejor manera de evitar crisis reputacionales que siendo buena persona. Esta semana María Alejandra Silva, gerente de la feria Buró, diseñada para promover emprendimientos, fue la encargada de certificar esta afirmación. Luego de una jornada extensa de trabajo, la gerente ordenó pizzas para su staff, así en inglés, que es como suele hablar esa gente. Pablo Matiz, un joven de su equipo, tomó un pedazo adicional para ofrecerlo a un vigilante que había apoyado el trabajo desde las cinco de la mañana, a lo que la gerente se negó y cuando Matiz ofreció darle el suyo al vigilante, también se le impidió hacerlo. Corta visión estratégica, pero principalmente, mezquindad genuina y pura.

Ayer las redes reventaron comentando el caso, la mayoría de los usuarios censuraron la feria, generando una crisis reputacional gigantesca derivada de un comportamiento reprochable de una gerentica sin empatía y sin cerebro. Y peor, cuando tuvo la oportunidad de darle la vuelta a todo, atendiendo la invitación de la W Radio para explicar lo sucedido, insistió torpemente diciendo que “[pidió] la pizza contada con las porciones que [tenían] para abarcar a [su] ‘staff’ y darle bienestar a [sus] colaboradores. Lastimosamente, no puedo darle comida a todas las personas que contratan mis proveedores”. Potenció públicamente el escándalo, ella solita, por el orgullo propio de muchos de quienes consideran que solo “deben darles bienestar a sus colaboradores” y no a otros que no lo tienen. Una crisis reputacional que puede costar millones a la feria, ocasionada por la insensatez de una gerente sin empatía y un pedazo de pizza de cinco mil pesos.

Pero este hecho deleznable no solo sirve para aprender de relacionamiento público o comunicación estratégica. Este hecho anecdótico es un retrato crudo y certero de lo que sucede en este país desde hace décadas. Los privilegios de pocos limitan su capacidad de demostrar humanidad, empatía y solidaridad. Siempre están por encima los intereses individuales, nunca los compartidos. Nos gusta lo exclusivo, que por definición es excluyente. La pandemia no parece habernos vuelto mejores personas, como vaticinaban nuestros espíritus sorprendidos por allá en marzo de 2020.

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