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Santiago Gómez
Jueves 19 de septiembre de 2019 - 12:00 PM

El traje de Rodolfo

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Ni Rodolfo es el mártir que hoy buena parte de sus seguidores idolatran, ni fue bien asesorado en temas de comunicación por los argentinos (que le vendieron la falsa idea de que su sorpresiva elección se debió a dicha estrategia), ni los motivos de su renuncia parecen sinceros.

Si bien el exalcalde puede demostrar logros importantes como la inversión realizada en el norte de la ciudad, la política de contratación transparente y el saneamiento de las finanzas públicas, se va dejando sombras como el escándalo aún no resuelto de Vitalogic, varias propuestas de campaña incumplidas, como la de los famosos 20 mil hogares felices, y un estilo de gobierno apoyado en la descalificación y violencia discursiva, para nada apropiado en un funcionario público elegido popularmente que reivindicó la decencia en la contratación, pero no en sus formas comunicativas.

El desatino se hizo evidente desde que abusó públicamente de una desfachatada incontinencia verbal, luego materializada en puñetazos. Mal asesorado, o no dejándose asesorar quizás, salió a pedir excusas públicas por el golpe a Claro leyendo un papel con un contenido tan impostado que comprobó su falso arrepentimiento. Luego asumió el discurso engañoso y a todas luces peligroso de que la flagrante intervención en política era simple pedagogía. Víctima de eufemismos para principiantes, además bastante inapropiados, y por otro lado de un arsenal de insultos públicos, como el de las trabajadoras sexuales de Puerto Wilches y la gordura de los bomberos bumangueses, terminó replicando un discurso de odio que no se compadeció nunca con sus apologías a la democracia y la transparencia.

Por último, la renuncia de Hernández no reconoce su error al participar indebidamente en política sino que denuncia nuevamente la persecución de sus enemigos. Queda en el aire más bien la sensación de una renuncia preventiva como la del exfiscal, u otra pataleta que, sumada a todo, marcó definitivamente la diferencia entre pasar a la historia por cambiar la manera de hacer política en Bucaramanga, o el ser recordado como el alcalde que, traicionado por su mal genio, terminó como el emperador vistiendo el traje invisible del cuento de Andersen.

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