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opinion/columnistas/santiago gomez
Jueves 06 de febrero de 2020 - 12:00 PM

La comunicación de bodega

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La Liga contra el Silencio, un grupo de periodistas que combaten la censura develó ayer la forma en que funcionó durante el año pasado un grupo de supuestos influenciadores uribistas, bajo la dirección de dos funcionarios del gobierno Duque y moderados por el funesto Juan Pablo Bieri, para atacar con mentiras a la oposición. El caso dará de qué hablar precisamente por ser una iniciativa orquestada por altos cargos del sanedrín presidencial, pero lo que puede resultar aquí anecdótico constituye una práctica que se ha vuelto sintomática en el ejercicio de la comunicación de muchas organizaciones.

Los influenciadores, caras bonitas y famosas que se venden –literalmente- para hablar sobre productos que no conocen o causas con las que no necesariamente comulgan, pervirtieron el sistema de comunicación, ahora dominado más por los contenidos que por las pautas tradicionales. Hoy hay estrategas de la comunicación que –cobrando millonadas- promueven como táctica la desinformación, ordenando o sugiriendo la creación de cuentas falsas en redes sociales, o mintiendo deliberadamente sobre quienes se oponen a sus clientes.

Uno de los legados más nocivos de una cultura política que miente sin escrúpulos es la desvalorización pública que se hace de la verdad, justamente en una sociedad que busca para reconstruirse muchas verdades que se han ido perdiendo con el paso de la historia. Legado que cohabita con la complicidad de comunicadores que muchas veces acurrucados tras el anonimato que les ofrece las redes o encapuchados tras las máscaras de perfiles inventados, mienten a cambio de jugosas remuneraciones.

No en vano hay poco interés por el restablecimiento de la tarjeta profesional para los comunicadores. No a muchos les interesa contar con profesionales rectos, éticos y responsables, que entiendan que la verdad y la confianza son dos valores fundamentales del ejercicio comunicativo. Mentir puede hacerlo cualquiera, mentir por plata muchos más.

La comunicación está siendo mancillada por mercenarios de la información. Lo malo no son los comunicadores, sino las actividades para las que son contratados. La información vale, la verdad vale más, pero la verdad bien contada es invaluable. Eso diferencia a un comunicador profesional de un simple influenciador.

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