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opinion/columnistas/santiago gomez
Jueves 06 de agosto de 2020 - 12:00 PM

Memoria

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Desde el martes he recordado mucho a Alan García, expresidente de Perú durante dos mandatos, buen orador, de verbo punzante y volumen elevado, que enfrentó a Sendero Luminoso de manera frontal desde 1985 hasta 1990, pero que recibió fuertes críticas durante una segunda vigencia de su presidencia derivadas de actos de corrupción posteriormente comprobados. Ganó en 1985 en primera vuelta con un amplio respaldo popular que lo llevó al palacio presidencial con una legitimidad arrasadora, pero que se fue diluyendo poco a poco con el paso del tiempo.

Luchó frontalmente contra el terrorismo y utilizó políticamente esos resultados para regresar a la presidencia luego de la derrota del fujimorismo. En esa ocasión creó nuevos ministerios, adoptó medidas populistas que alentaron el fervor que las mayorías sentían por su figura. Propuso la pena de muerte a violadores de niños, amigo de sus copartidarios y enemigo frontal de sus opositores, polarizó el espectro político peruano durante su segundo mandato. Generó odios estructurales y amores y pasiones desbordadas. Con él no hubo puntos grises, la historia del Perú político durante sus mandatos era de blanco o negro, con muy pocos matices.

En sus últimos años, fuertemente salpicado por el escándalo de Odebrecht, con su credibilidad en picada y defendiendo con vehemencia y altivez su inocencia, enfrentó a los más duros contradictores invocando su fiel servicio a la patria durante sus dos presidencias y autodenominándose como un salvador que el Perú debía reconocer y destacar históricamente.

A pesar de ello, la justicia peruana, luego de un proceso de investigación exhaustivo, el 16 de abril de 2019 ordenó su detención preventiva y cuando al día siguiente las autoridades llegaron a su domicilio, antes de enfrentar el proceso con la misma vehemencia que lo había hecho durante los últimos años, decidió pegarse un tiro en la cabeza que le costó la vida cuatro horas después.

Desde el martes García se ha venido a mi memoria. Final trágico para un servidor signado en sus últimos tiempos por la culpa y el orgullo mesiánico que le impidió reconocerse ajusticiable.

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