Se van a cumplir cuatro meses de la posesión del Presidente y el panorama no es hoy muy alentador. No voté por él, pero creo que la posición mezquina de desear que le vaya mal es muy costosa e inútil incluso para quienes nos opusimos a su candidatura, a sus titiriteros y a la manera como hizo la campaña.
Hoy, el 68% de los ciudadanos desaprueban su gestión y según los expertos ello se deriva de, en primer lugar, el impacto que han tenido las protestas estudiantiles y luego, del timonazo que implicó pasar de prometer en campaña “menos impuestos, más salario mínimo” al eufemismo de la Ley de Financiamiento que grava a la clase media, mientras los escándalos de corrupción asfixian, la capacidad de maniobra de altos funcionarios públicos y no se le da mensaje de urgencia al trámite de las leyes anticorrupción votadas por los ciudadanos y luego concertadas con el Gobierno en reunión privada.
Y eso que la encuesta de Datexco no alcanzó a medir el impacto de la divulgación de la terna propuesta por Duque para nombrar el fiscal ad hoc, llena de inhabilidades e incapacidades, ni sus salidas en falso posteriores anunciando que esa figura ni requiere dedicación exclusiva al caso Odebrecht, ni requiere remuneración y por tanto no está sujeta a las mismas inhabilidades del Fiscal. Y eso que la encuesta no midió tampoco el impacto negativo del hundimiento de la reforma a la justicia en el Congreso, que era una de las tres grandes apuestas reformistas del Presidente y su gobierno.
A Duque se le puso esto cuesta arriba. En lo que queda del año falta, como mínimo, considerar el desgaste natural que le generará la negociación del salario mínimo con los sindicatos, el desenlace de las protestas estudiantiles, un par de camisetas de la selección y dos serenatas más. Pero creo, sinceramente, que Duque no es el problema, el problema es que quienes le hablan al oído defienden intereses muy diferentes a los que él auténticamente dijo en algún momento representar. Es hora de empezar a gobernar a nombre propio.
