El último libro de Juan Pablo Barrientos recrea relatos en los que la Iglesia católica comete y encubre, según el autor, delitos sexuales a menores. Más de cinco tutelas en su contra fueron aceptadas la semana de su lanzamiento, pues pretende ser censurado mediante vía legal. Allí documenta la historia de Pedro, abusado por 38 sacerdotes de la arquidiócesis de Villavicencio.
Con nombres propios y citando rigurosamente documentos fidedignos, Barrientos acelera su carrera hacia el infierno que Ratzinger resucitó -contradiciendo a Juan Pablo II-, pero se garantiza un lugar en el cielo de los periodistas destacados de este país.
Con una prosa ligera, desprovista de figuras pretenciosas o distractoras, el autor da en el clavo de una denuncia que globalmente amenaza con quebrar los cimientos de una Iglesia que dejó hace mucho de mirar hacia adelante.
En el fondo, además de visibilizar un tema vetado desde tiempos inmemoriales, el libro plantea el escandaloso resultado de garantizar la impunidad eclesiástica mediante el Concordato, pues allí se amparan los curas pederastas para limitar la acción de autoridades civiles. Pero igualmente, plantea la importancia del papel femenino en el descubrimiento de estas conductas deplorables en cabeza de quienes creen ostentar uno de los faros morales que sostienen a sociedades que mutan a velocidades mucho más rápidas que las que El Vaticano está dispuesto a reconocer. Burlas a la justicia y un atrevido secretismo que absuelve, mediante traslados frecuentes, a quienes abusan sexualmente usando una posición de poder. Una balanza no equilibrada desde la comisión del delito hasta el encubrimiento y la revictimización permanente de quienes, además, sienten temor al enfrentarse a creencias construidas para hacer sentir culpa y sumisión.
Daniel Coronell, en el prólogo, escribe que la gran paradoja de casos como este es que “la mano negligente o cómplice ante los abusadores sexuales es la misma que levanta su dedo acusador frente a la autonomía reproductiva de las mujeres”, lo que se constituye en un perturbador relato de una superioridad moral que la Iglesia insiste en perpetuar, mientras la fuerza de los hechos debilita cada vez más profundamente.