viernes 13 de mayo de 2022 - 8:00 AM

Santiago Gómez

La historia no miente

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Columna de
Santiago Gómez

La complejidad de la realidad colombiana hereda rasgos complejos desde la colonia que han sido hábil y convenientemente reproducidos por las élites que han conservado el poder y mantenido el statu quo desde hace 200 años.

Un Estado frágil, un sistema político desconectado de la gente -así todos los candidatos presidenciales durante los últimos cincuenta años manifiesten lo contrario en campaña-, unos partidos políticos tradicionales que no se diferencian sustancialmente entre ellos y son capaces de plegarse a sus rivales ideológicos con tal de mantener esas posiciones privilegiadas de poder y el acceso a las finanzas públicas, y una sociedad conformista, apática, desarticulada, débil asociativamente, unos actores al margen de la ley con una capacidad sorprendente de mutar de acuerdo a la coyuntura nacional.

Corrupción, violencia, egoísmo, falta de empatía, irrespeto por la norma y abstencionismo, alimentan el caldo de cultivo de una sociedad que se resiste a madurar políticamente. La manera de hacer política ha evolucionado poco realmente en su fondo y casi nada en su forma. Las caras cambian, pero los estilos y los intereses se mantienen. Los grupos empresariales no pagan los impuestos que deben pagar, si se compara con los países de avanzada y los consumidores sufren las afugias de una economía cada vez más politizada.

Colombia perpetúa, como víctima de una maldición secundada por una sociedad que la asume con resignación, los comportamientos que la historia ya nos ha enseñado como combatir y sobre los que por siempre nos quejamos cuando hablamos de quienes nos gobiernan.

El bucle permanente en el que discurre la historia política del país debe romperse en algún momento. Y las pocas veces que ha virado lo ha hecho tan drásticamente que revive y replica los mismos vicios, pero en el extremo contrario del espectro político.

Las próximas elecciones son una oportunidad, como siempre, decisiva. Pero seguiremos, como colectivo, dándole la espalda indolente a una realidad que nos condena a repetir los errores de siempre. Si el interés individual sigue prevaleciendo sobre el colectivo, este país seguirá siendo de individuos y no de la sociedad. Es hora de cambiar con mesura.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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