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Sergio Rangel
Domingo 25 de noviembre de 2018 - 12:00 PM

Gracias por leerme

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Con las posibilidades del internet, quien quiera, entra a mis escritos en Vanguardia. Unos me acusan de viejo, otros de diploide, de tener plumas en el ombligo, de foso séptico, de contratar doncellas para machacar la uva con los pies, del delito de sembrar árboles, de vivir lejos en el silencio y el frío, de espía al servicio de la isla de Pascua, en fin, de tener mala fama.

Claro que sí. De eso me enorgullezco. Nunca me pudieron dar por la espalda, “tuve calle”, vagabundeando en callejones a la madrugada en donde solamente alumbraba la blancura de las navajas, y de la selva el aprendizaje de los tigres.

Quienes me escriben, ninguno de pensamiento crítico, usan capucha como los lanzadores de “cocteles Molotov” y ocultan con seudónimos sus caras aplanadas de ignorantes. Siguen juntando piedras o muy tarde evolucionaron a la flecha. No les aconsejo que aprendan a leer, para ello las noches y los días son extremadamente largos.

A los que difícilmente pudieron aprender a leer, les aconsejo un libro, “La otra cara de la luna”, de Álvaro Uribe Rueda, santandereano y, así saber cómo nuestros plumíferos ancestros se comían unos a otros a la brasa. Y de los “Guanes”, los macabros ritos extrayendo el corazon a los niños (claro, no existía Icbf) para ofrecerlo a los dioses, lean entonces al “Loro” Jaime Álvarez Gutiérrez.

No son simples rumores, es la historia. ¿No lo sabían? ¿O todavía creen en Adán y Eva, paseando desnudos de la mano en el Edén, como el comienzo de todo? El capuchón les cubre completamente la cara, son asaltantes de buses donde van los pobres.

La mujer de uñas moradas y cola de caballo implora que no le roben el celular. Hemos parado en un restaurante de comida barata y los del capuchón se bajan y piden desayuno con huevos en el caldo. Uno de ellos no pudo introducirse la cuchara y se quita el capuchón. Es un hombre con cara de medusa. El que lo mire fijamente se convierte en Petro. Perdón, en Piedra.

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