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Sergio Rangel
Sábado 24 de octubre de 2020 - 12:00 PM

Rodolfo Hernández Presidente

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Leía el relato de un holocausto, en donde hombres hartos de acumulaciones inútiles se reúnen para hacer una hoguera alimentada con las genealogías, los diplomas, las medallas, los escudos, con todas las bolsas de café, con los cigarros, con las cartas de amor, con las espadas. Cuando una voz por teléfono me repitió varias veces: “Que Rodolfo Hernández quiere hablar con usted”. Pero si yo lo que he hecho es criticarlo en mis columnas de Vanguardia. “No importa, él dice que con los adversarios es con quienes hay que hablar”. Mentalmente repasé lo que escribí sobre Rodolfo Hernández Alcalde, algunas veces humor, otras exageraciones. Cuando hablamos en Zapatoca en el restaurante Yerbamora de María Elena Ariano, entendí que me había quedado corto. Él es el humor y la exageración total. En el colegio San Pedro, Rodolfo era Aníbal, capitán de los Cartagineses contra las legiones Romanas, un juego que inventaron los Jesuitas. Tal vez por eso Rodolfo Hernández, en asuntos económicos y en política, a punto del nocaut, sin que nadie diera un peso por él, se levantaba y vencía. Lo vi caminar por las calles de Zapatoca, como un principiante político, nacido para la lucha y las dificultades. Luego entre cucharadas de caldo y mordiscos de arepa escribe cifras en una servilleta. Consulta el celular y llama a un ingeniero para preguntarle el valor por el que él haría la pavimentación total de la carretera Girón-Zapatoca. Los están robando dice. Y nos cita la cifra astronómica por la que un consorcio fantasma, pavimenta a “trancas y mochas”, la carretera en un viaje comparable al “viaje a pie” de Fernando González. En la alcaldía, interroga a la bella y bien informada jefe de “aguas y alcantarillados”. Al oír cifras y caudales, Hernández réplica: “No les alcanza el agua sino para pocos años. Y se queja del país que con mil ríos no nos va a alcanzar el agua, equivocaciones, burocracia y malos manejos. Ya en Radio Lengerke cuenta cómo se hizo rico con dos zapatocas, Guillermo Gómez y Abelardo Serrano, panaderos y vendedores de tinto a la madrugada. Hoy es la próspera e imbatible “Constructora Hernández Gómez y Cia. Es indiscreto y sin pelos en la lengua. Algo no muy propio de los santandereanos que casi pasamos por insignificantes, sobre todo cuando se llega a cargos públicos, temerosos de una mácula o una sospecha. Rodolfo Hernández, no se excusó, ni se disminuyó, todo lo contrario, se creció. Nadie le puede decir que en sus bolsillos hay algo de los bajos fondos. El puñetazo a “Canta Claro” fue como dice el tango “... un tropezón que cualquiera da en la vida”. Su popularidad es increíble. Gente en la calle le estrecha la mano, lo saluda, lo aplaude, no les importó las lluvias de octubre.

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