El presidente Gustavo Petro, quizás forzado en parte por los últimos resultados de la economía que ha mostrado índices preocupantes, parece, por fin, entender que de las posiciones dogmáticas, unilaterales, unidimensionales, solo queda el aislamiento y es lo que ha comenzado a experimentar su gobierno.
Ahora mismo, por mi investigación doctoral, me encuentro trabajando en un libro hermoso como pocos que, sin embargo, no ha recibido mayor atención ni dentro ni fuera del mundo académico: La ciencia jovial, también traducido como La gaya ciencia, de Nietzsche. Se ha preferido, por ejemplo, al rimbombante Zaratustra o a la lúcida y pérfida Genealogía de la moral antes que a este libro sencillo, claro y decisivo dentro del corpus nietzscheano, y yo siempre me he preguntado por qué.
Empiezo por aquí porque hace trece o catorce años, en mis épocas de estudiante de Derecho en la Javeriana, un profesor me lo recomendó señalándomelo con una sonrisa, como augurando que ese librito y yo nos íbamos a llevar bien. El librito, hoy lo veo, cambió en varios aspectos mi vida, y siempre que tengo noticias de ese profesor me retrotraigo con agradecimiento a la primera vez que leí La gaya ciencia.
El profesor, que en ese entonces nos dictaba Teoría del Derecho, era Ricardo Sanín Restrepo, y lo recuerdo ahora por haber recibido hace unos días su último libro, un trabajo sorprendentemente original que hasta el momento se ha robado toda mi curiosidad. Se llama Ser y contingencia. Desencriptando el ser a la mano de Heidegger, y ha sido publicado en Valencia, España, por Tirant Lo Blanch.
Como ya lo hacía en aquellos años de libertad e irreverencia en la Javeriana, cuando el uribismo ponía en práctica todo un aparato discursivo y militar neofascista en Colombia, Sanín invita a pensar, a imaginar, a jugar con la idea de otros mundos posibles donde la comunidad de diferencias no se halle alienada, donde la democracia sea realmente un ejercicio de la diferencia constante, un ejercicio de confrontación directo con el poder. Alegre rebeldía, hoja verde caída en mi ventana.
Curiosamente, en La gaya ciencia Nietzsche se quejaba de lo lejos que estaba su tiempo de que al pensamiento científico se le añadieran las fuerzas artísticas o la sabiduría práctica de la vida, así como de la reticencia humana a abrazar el carácter contingente de la existencia. En Ser y contingencia encuentra el lector un ejercicio en el que ciencia, arte y filosofía no juegan a ser incompatibles entre ellas sino que, por el contrario, trabajan armónicamente para repensar, en libertad, la vida y la política humanas.
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