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Víctor Solano
Jueves 02 de marzo de 2023 - 12:00 PM

El Déspota

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La ambición es un poderoso sentimiento que se desborda por una muy frenética sensación: El poder... El poder es una sustancia estimulante que se apodera de los sentidos de sus víctimas, las embriaga, les hace perder la noción de las proporciones y lo que antes parecía inalcanzable, ahora, como es deseable, se siente cercano, posible... Necesario... Obligatorio.

Al Déspota se le desvanecen los límites porque se les desvanecen los pudores. El Déspota corre la cerca de las reglas y la alindera a su conveniencia. Las fronteras entre lo moral y lo inmoral quedan trazadas en su mapa mental con difusas y permisivas líneas punteadas. Esas fronteras que separan su actuar ético con el marco de la ley son fronteras líquidas y paradójicamente, evaporables con el tiempo y las circunstancias.

El Déspota suele llegar a enarbolar banderas de justicia al encontrar vacíos en las emociones colectivas porque el Déspota se alimenta de los dolores y los transforma en rencores, los que a su vez son convertidos en pregones y con el tiempo impone que se conviertan en ley. Con el paso del tiempo se olvida que lo que hoy desea como imperativo se pudo haber desdibujado en el caldo de las pasiones y los intereses particulares. Al final, lo que era una emoción colectiva deja de importar y solo es relevante la pulsión visceral del Déspota.

El Déspota tiene máscaras y las usa a conveniencia, y en lugar de buscar ser su mejor versión, persigue parecer lo que las masas quieren. Si llega al poder deja de pensar en ciudadanos para pensar en audiencias de un show que cada noche tiene una velada estelar y en las que solo quiere complacer a su público VIP.

Parte de ese público VIP que le celebra cada gesto es su sanedrín que aplaude sin el mínimo asomo de crítica porque todos saben que el Déspota no las acepta. El Déspota ve en las preguntas, atrevidos arrebatos de insolencia. Para él, las preguntas son muestras de deslealtad si vienen de su circulo cercano y son amenazas subversivas si provienen de afuera de su fortaleza.

El Déspota ve desde su trono una realidad enmarcada por los gobelinos de su delicado y cálido palacio tipo Disney mientras su guardia pretoriana edifica una fría y robusta fortaleza medieval para protegerse de “los otros”.

El Déspota no gobierna, su ego lo gobierna ... ¿Y usted a cuántos conoce así?

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