viernes 12 de mayo de 2023 - 12:00 AM

La Santandereanidad

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Columna de
Víctor Solano

Confieso que me resulta difícil definir eso que con orgullo llamamos “la santandereanidad”. Y no es por falta de amor. Son tan grandes el arraigo y el amor que tienen el enorme peso de contener también las ilusiones desvanecidas.

En el Día de la Santandereanidad me vienen a la mente imágenes contradictorias como la presencia de las violencias, de los clanes politiqueros que por décadas han socavado con voracidad de buitres sin ayuno, no solo los recursos del Erario, sino la dignidad de un pueblo que a veces olvida sus raíces comuneras y se entrega al miedo o, peor aún, a la complicidad silente.

No obstante, soy una mixtura de nostalgia y optimismo y por eso también prefiero quedarme con otras imágenes que el corazón le mandó a mi mente tal vez en forma de plegaria laica y me dibujan una sonrisa en el alma.

Debo decir que estoy muy orgulloso de lo que soy. Siempre hemos creído que somos el crisol donde se forjan lo que hacemos para ser, y lo que somos para hacer. Somos nuestro presente, pero también nuestras raíces. Y las nuestras son raíces adobadas con historias de pueblo y de campo.

En nuestra sangre confluyen colonizadores navarros y fieros guerreros guanes. Somos nuestro entorno de cuna con paisajes ariscos y arreboles enredados en los tiples; somos renglones en esas letras melancólicas y, a la vez, en los bambucos fiesteros de José A. Morales; algunos somos sobrevivientes de las últimas generaciones que no tuvieron miedo a vivir la vida en ‘la cuadra’ de cualquiera de nuestros pueblos, con las rodillas raspadas de tanto caernos jugando con la pelota de trapo; somos la sinceridad descarnada que dice las cosas sin tapujos, casi sin prudencia, dirían desde afuera.

Tenemos un equipo de fútbol que en 74 años no ha ganado títulos y quizás por eso, aunque no seamos muchos, estamos los de siempre, alentando al chico. Si alguien pide definición de resiliencia colectiva, que pase al Alfonso López.

Llevamos en la memoria olfativa el perfume de los trapiches, las guayabas maduras y el aroma indescriptible de las hormigas culonas cuando se tuestan en cientos de fogones. Somos las montañas en ocre y las hojas de plátano que primero dieron sombra a los cafetales y luego abrigarán los tamales.

Somos lo que somos, con todo lo bueno y lo no tanto, pero orgullosamente somos santandereanos.

Autor
Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí­ se expresen.
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