El debate público exige respeto y serenidad
El país ni necesita, ni merece que entre el presidente de la República y diversos sectores de opinión se presente un debate que hace rato abandonó el camino de la ponderación y se vició con la palabra fácil, la ofensa, la grosería, la calumnia, el señalamiento injusto, la calentura. El presidente, acosado tal vez por la crítica, no siempre adecuada, hay que decirlo, decidió subir el tono, tanto de su voz como de sus epítetos en contra de la prensa y algunos adversarios suyos en las redes sociales, con lo que se creó un ambiente claramente inconveniente para la Nación.
Si bien hacia Gustavo Petro se han dirigido ácidas críticas y no pocas calumnias o inexactitudes, hay que recordar que es lo que ha ocurrido en el pasado a nuestros mandatarios y ocurre hoy a prácticamente todos los presidentes en el mundo, sin que todos ellos recurran a la aspereza o a temerarios llamamientos populares para defender sus posiciones. El presidente tiene todo el derecho de rebatir lo que considera que se ha dicho de su persona o su gobierno de forma equivocada, mentirosa o injuriosa, por supuesto, pero es recomendable que lo haga con moderación.
Debería ser claro para el presidente que el peso y las consecuencias tanto de sus palabras como de sus trinos en Twitter no tienen las mismas consecuencias ahora que ostenta el poder, que cuando se expresaba por los mismos medios como congresista o candidato presidencial. No una, sino muchas veces el mandatario, en las últimas semanas, ha dirigido sus señalamientos, cada vez más fuertes y muchas veces injustos sobre los medios de comunicación, en una actitud francamente ofensiva y, de paso, profundamente lesiva.
No es coherente que sea un presidente que se identifica como progresista, defensor de la democracia y promotor de la paz total, el que emprenda una batalla contra la prensa. Los medios se pueden criticar, claro está, eso forma parte de su esencia, de su razón de ser, pero hay que hacerlo desde la veracidad, la sensatez y el respeto. De por medio están derechos y libertades fundamentales que un mandatario está obligado a defender. Si el presidente se siente agredido por la prensa, está también en su derecho de manifestarlo pero por los canales y de la manera en que no lesione la democracia, la libertad de expresión o, incluso, a su política de paz nacional.
No es confrontación y división, sino serenidad, respeto mutuo y debate sano sobre las diferencias, lo que requiere el país.