De las guerras de pandillas, a las ollas del microtráfico; de los asaltos a los establecimientos de comercio, donde hacen...
La cruda realidad de nuestros niños y jóvenes
Más allá del dolor profundo y la tristeza que produce a cualquier persona sensible, encontrarse con noticias como la muerte de una adolescente de 16 años, a manos de otra joven, de la misma edad, con quien se citó para dirimir mediante la violencia alguna diferencia entre ellas, está la reflexión que nos debe dejar como sociedad el hecho disfuncional y sociológicamente patológico que hace que dos menores, con armas blancas, se enfrenten hasta la muerte. El asunto va largamente más allá del hecho judicial y apunta al corazón de nuestra cultura, en términos generales, pero también, en una perspectiva más particular, de lo que está ocurriendo con nuestros niños y jóvenes.
Una sociedad que esté produciendo hechos tan escabrosos como el que se comenta, llega a ellos porque ha condenado a sus niños y adolescentes a la marginalidad, el abandono, la frustración, entre tantas otras formas de agresión sufridas por ellos, lo que los lleva a buscar en las conductas violentas, tanto grupales como individuales, en clanes o en duelos como el ocurrido esta semana en el barrio La Inmaculada, en Bucaramanga, la manera de validarse frente a su entorno y ascender en una escala de valores totalmente distorsionada que, en medio de este ambiente crudo, da primacía a quien demuestre más poder para doblegar al otro.
Estos menores, excluidos del sistema educativo, en muchos casos despreciados y abusados por sus propias familias, cooptados por las bandas delincuenciales y, finalmente, degradados por la ley de la calle, enrutan su vida hacia actividades en las que incluso citarse a un duelo a muerte es una idea válida.
De muchas maneras, esa es la sociedad que estamos perfilando, esa es la cultura que estamos cultivando, cuando se le niegan las oportunidades a las personas, cuando exaltamos la agresividad verbal o física como un valor, cuando aceptamos conductas tramposas en los actos cotidianos.
La noticia que comentamos es cruel y es dolorosa, pero no solo porque le haya ocurrido a estas dos adolescentes, a las que ahora les espera una tumba y una celda, sino porque es un hecho que tiene que sensibilizarnos y concientizarnos. Como sociedad tenemos que pensar en lo que debemos hacer todos para garantizarles a nuestros niños y adolescentes oportunidades reales de estudiar, de pertenecer, de recibir amor, respeto y protección, que son deberes del Estado, pero que también forman parte de nuestras responsabilidades como seres humanos, en el seno de la familia, y como parte de una comunidad que debe procurar la mejor calidad de vida para cada uno de sus miembros, mucho más si son las generaciones del futuro.