Nuestros deportistas merecen un aplauso cerrado por su presentación en los Juegos Nacionales y todos los torneos a los que asisten, porque logran vencer a sus rivales en las pistas de competición, y también la irresponsabilidad e incompetencia de nuestra dirigencia.
Editorial
La violencia y el Carare Opón
Es una amplia zona de tierras fértiles con exuberante vegetación y gran riqueza forestal, a la que el hombre santandereano comenzó a llegar a finales del siglo XIX y principios del XX. Ella, además del olvido estatal y las inequidades, ha sido marcada en forma indeleble por la violencia a partir del 9 de abril de 1948. En los últimos 45 años, esa zona ha sido 'gobernada' por siniestras bandas armadas.
En los años 70 y 80 fue el campo de acción de criminales del Eln y las Farc. ¿Quién olvida la toma de Santa Helena del Opón en 1981, cuando durante 16 interminables horas saquearon y destrozaron su casco urbano?
En los años 90, luego de la siniestra aparición de Los Tiznados, los grupos paramilitares desplazaron a las guerrillas y se convirtieron en dueños y señores de vidas, tierras y la economía de tan rica región ganadera y agrícola, dedicando extensas zonas al cultivo de la hoja de coca, que desde entonces ha sido renglón significativo de la economía de tales lugares, con todo lo que ello implica.
Esta región, donde la violencia había cedido, en los últimos tiempos ha vuelto a ser teatro de ella. Sin mayor ruido, siniestras bandas cuya procedencia y norte se desconoce, han vuelto a llevar la muerte y el horror al Carare Opón.
Si bien allí hace 10 años se sabía quiénes eran los jefes paramilitares que oficiaban de 'señores' de la guerra, ahora no hay certeza de quiénes sean los amos de la recrudecida violencia, pero a esa región sólo entran y circulan aquellos a quienes bandas que controlan sus carreteables, autorizan. Allí la violencia volvió a estar a la orden del día.
Santander no tiene conciencia del polvorín que ha vuelto a ser el Carare Opón, ni de la violencia que allí predomina como en Campo Capote, Las Montoyas, Miralindo, la Militosa, Cerro de Armas, San Juan Bosco de la Verde, Aragua. Todos ellos volvieron a formar parte de la geografía de la violencia.
Las autoridades departamentales, militares y de Policía, así como las entidades estatales de desarrollo, deben poner las cosas en orden y que el Estado haga presencia activa y permanente en todas sus expresiones.