Bucaramanga
Cuando en Bucaramanga las calles tenían nombre
Payacuá fue el nombre inicial de Bucaramanga, cuando apenas era un poblado indígena alrededor de lo que ellos llamaban plaza. Posteriormente, a la ciudad se le conoció como “Los indios de Bucaramanga”, hasta cuando a los aborígenes se los llevaron a Guane y pasó a llamarse Parroquia Real de Minas, Chiquinquirá, o San Laureano de Bucaramanga, porque para los españoles todo debía tener nombre de santos.
Pero fue en 1857 cuando se le dio a la capital santandereana el nombre que posee en la actualidad.
“Cuando se traza la retícula urbana en 1778, no antes porque era solo un poblado indígena (…) Escandón, el visitador decide y delimita 32 manzanas alrededor de la antigua plaza, la misma que hoy es García Rovira”, cuenta Emilio Arenas, historiador.
Así, de una manera paulatina pero totalmente impuesta, la ciudad fue creciendo y su calles pasaron a llamarse manzanas, las cuales, eran enumeradas de acuerdo con su posición frente a la plaza central.
“Luego empiezan a conocerse los nombres que coloquialmente la gente les da: la calle de la iglesia, la del chorro. Después vino la actividad comercial, que también cambió las referencias de cada calle: Calle del Comercio, la 35, y así posteriormente se van a bautizar con simbología de independencia. Por ejemplo: la calle de Ayacucho, la carrera Boyacá y junto a esto se nombran las plazas”, indica Arenas.
Pero Bucaramanga se siguió ampliando, y los nombres de próceres, presidentes o colonizadores parecían no ser suficientes para identificar cada zona de la ciudad, por lo que se estableció el orden numérico que hoy conocemos como la nomenclatura.
“La Quebrada seca se llamó así, porque siempre fue una quebrada seca. Luego se trató de bautizar la Avenida 13 de junio: porque ese día ascendió el general Rojas Pinilla a la presidencia, pero el nombre no pegó (…) Los nombres de las calles son un intento de homenaje a algo, pero no dio resultado porque ya no se conocen”, resalta el historiador y miembro de la Academia de Historia de Santander.
De Don David a La Rosita
Lo único que ha permanecido casi intacto son los nombres que se han puesto a los parques o plazas de la ciudad. No obstante, Arenas aún recuerda cómo sus abuelos le llamaban a algunas calles.
“La generación anterior a la mía tenía un nombre para la calle 33 con novena: se llamaba la Doncella, que para el español antiguo era una muchacha. Quizás porque había muchas mujeres por el sector o como era frecuente, un español se enamoró de alguna doncella. En Floridablanca, por ejemplo, hay una calle que se llama ‘De los burros,’ por una tienda que tenía ese nombre, en donde paraban todos los campesinos con sus animales para echarse la última cerveza antes de subir a su finca”.
Otra de las anécdotas que conserva el historiador hace referencia al nombre con el cual se conoce la avenida La Rosita. Según Arenas, hacia 1892 existían dos tiendas de chicherías: una se llamaba rosa y otra rosita. Y se quedó La Rosita. Así, de una manera tan sencilla y quizás poco original, se produjeron algunos de los pocos nombres que permanecen en la ciudad.
“Todo lo que era Cabecera hasta la carrera 21 hacia el oriente, se conocía como la hacienda de David Puyana, porque era una gran finca que él poseía.”
El periodista Edmundo Gavassa, nieto de Quintilio Gavassa Mibelli, fotógrafo italiano que se estableció en Colombia en 1878, guarda con tanta nostalgia y recelo los nombres de las calles de la ciudad como las fotos de su abuelo.
“Las calles de la ciudad siguen teniendo nombres, pero lamentablemente las autoridades no los publican, entonces la gente no los conoce. Por eso sería muy importante que la Alcaldía pusiera en cada avenida el nombre y, así como en Cartagena, comienzan a conocer los lugares”, apunta Gavassa.
Este periodista, quien desde hace más de 30 años se ha dedicado a publicar libros con las fotografías que su familia hizo a las calles, gobernantes, alcaldes y personajes de la ciudad, trae a su memoria la facilidad con la que una calle podía cambiar de nombre, pues se bautizadaba según el presidente de turno.
“La avenida Roberto Urdaneta Arbeláez (calle 36 hasta la 48) cambió por Rojas Pinilla y así, cada vez que cambiaba de presidente el país, variaba su nombre. Otro ejemplo, es la avenida del Libertador, en homenaje a Simón Bolívar, que hoy se conoce solo como la carrera 15”.
Para Gavassa y Arenas, el desuso de la memoria hace que se pierdan momentos importantes, hitos históricos e, inclusive, se olvide por completo los nombres de las calles que de una u otra manera recuerdan la Payacuá que fue la ciudad. El tamaño de la ciudad y el afán del día a día obliga a que las personas recuerden con más facilidad un número que el nómbre de un prócer.