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Bucaramanga
Jueves 12 de septiembre de 2019 - 12:00 PM

El rebusque del Centro: El útil oficio de los tinterillos en Bucaramanga

El centro de Bucaramanga es el foco de la cultura y la diversidad en la ciudad. Esta área estratégica para la economía y la movilidad tiene miles de historias encarnadas en cada una de las personas que se paran ahí a rebuscárselas para salir adelante y llevar el alimento a su casa.

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Él es Mario Barajas, es uno de los ‘tinterillos’ que todavía quedan en el Centro de Bucaramanga. Aunque no se imaginó trabajar en este oficio, al cual llegó por casualidad, le ‘cogió’ amor a esta profesión que le ha dado todo y con ella se quedó. Foto: Danilo Prada/VANGUARDIA
Él es Mario Barajas, es uno de los ‘tinterillos’ que todavía quedan en el Centro de Bucaramanga. Aunque no se imaginó trabajar en este oficio, al cual llegó por casualidad, le ‘cogió’ amor a esta profesión que le ha dado todo y con ella se quedó. Foto: Danilo Prada/VANGUARDIA

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Él es Mario Barajas, es uno de los ‘tinterillos’ que todavía quedan en el Centro de Bucaramanga. Aunque no se imaginó trabajar en este oficio, al cual llegó por casualidad, le ‘cogió’ amor a esta profesión que le ha dado todo y con ella se quedó. Foto: Danilo Prada/VANGUARDIA

El centro de Bucaramanga es el foco de la cultura y la diversidad en la ciudad. Esta área estratégica para la economía y la movilidad tiene miles de historias encarnadas en cada una de las personas que se paran ahí a ‘rebuscárselas’ para salir adelante y llevar el alimento a su casa.

Desde los anteojos más económicos, vidrios templados para celulares, plantas, comida, expresiones artísticas y hasta ropa. En las calles del centro se puede encontrar de todo.

Si camina desde la Plazoleta Luis Carlos Galán hasta el Parque Santander, serán incontables los artículos y productos que podrá encontrar. A veces, estos pasan desapercibidos, así como quienes los ofrecen. Sin embargo, si se detiene un poco y mira más allá a aquel vendedor que hace de la calle su mejor centro comercial y empresarial, encontrará que son personas como usted, que cada día se levantan a trabajar a la suerte, sin saber la eventualidad o incidente que pueda presentarse. Desde una lluvia, un terrible sol, o uno que otro policía que altere el espacio de trabajo.

Sin embargo, hay unos personajes que llaman la atención, sobre todo a aquellas nuevas generaciones o quienes deciden visitar la ciudad. Se conocen como los ‘tinterillos’ y son unas personas que conocen de manera detallada todo sobre las leyes tributarias y cómo redactar los documentos de los diferentes trámites que se necesitan.

Lo curioso de esto es que sus ‘oficinas’ no son nada más que una silla y una mesa que sostienen su máquina de escribir y que se encuentran en el ‘andén’ que queda frente al edificio de la DIAN, en la carrera 14 entre calles 35 y 36.

Estos hombres y mujeres que se han convertido en una tradición y punto de referencia para los bumangueses, han ido desapareciendo pues su oficio ya no es aprendido por nadie. Cuando el último tinterillo desaparezca, esta tradición también lo hará.

Una profesión escrita en su destino

Mario Barajas, de 62 años, es uno de los pocos tinterillos que todavía se encuentran. A esta profesión le debe todo. Con ella pudo ‘sacar adelante’ a su familia, darles estudio a sus hijos y nunca les hizo falta nada.

Hace 37 años inició en este oficio por pura casualidad, pues se dedicaba a trabajar con su papá en una zapatería. Además, su sueño era ir a la universidad a estudiar idiomas.

“Un día estaba pasando por el sector, y un amigo que ya falleció, me pidió el favor que le ayudara porque estaba muy ocupado. La fila de personas era muy larga, me dijo, ‘chino, ayúdeme y yo le doy 100 pesos’. Después, atendí a otro señor, luego a otro y a otro. Yo nunca pensé terminar en esto, pero le cogí tanto cariño que me quedé y me quedaré aquí”, relató Mario.

Es así como descubrió esta buena oportunidad de negocio y decidió instalarse allí para ganarse ‘platica’ ayudando a las personas escribiendo los documentos que necesitaran para sus trámites.

Sin embargo, no fue fácil. Este grupo de personas, que se encuentra muy bien organizado, no podía aceptarlo como si nada. Al principio lo sacaron porque era ‘el nuevo’, pero tiempo después falleció un tinterillo, la vacante quedó disponible y lo recibieron, primero como ‘mandadero’, pero se fue abriendo paso hasta convertirse en uno de ellos.

Al principio todo era a mano. Mario muestra con emoción uno de los formatos que todavía guarda como un tesoro y que sirvió para hacerles cientos de trámites a los bumangueses.

Después llegó la máquina de escribir. Al principio, como todo, le tuvo miedo. No sabía utilizarla muy bien.

“Cuando llegó la máquina, toco usarla. Un día se me acercó un señor a que le hiciera una declaración de renta, yo dije ‘fácil, voy a hacerla’. Empecé a las 11:00 de la mañana y eran las 4:00 de la tarde y no había terminado”, dijo entre risas.

Es así que entendió la importancia de mejorar y seguir formándose para hacer un trabajo eficiente y de calidad.

“Yo sabía que esto había que aprenderlo mejor y me fui a hacer un curso de mecanografía por más de un año y estudié las leyes tributarias para poder defenderme. Así me he sostenido”, explicó.

En cuanto a los precios que manejan, todo depende del tipo de documento y la extensión. Por ejemplo, si es una carta de recomendación que no pase los 5 párrafos, cobra $3 mil. Si es un documento de compraventa de una moto, ya vale $10 mil. Si se trata de la compraventa de un inmueble, serían $20 mil. Por una declaración de renta se puede cobrar entre $70 mil y $80 mil.

Una tradición que no se borra

Aunque es indiscutible que con la llegada de las nuevas tecnologías cada vez son menos las personas que acuden por sus servicios debido al acceso a diferentes equipos como computadores, celulares y tablets, todavía están aquellos que aprecian y valoran esta profesión. Todavía hay personas que se emocionan cuando Mario oprime cada tecla de su máquina y va tiñendo la hoja con letras. Es más, hay padres o abuelos que acercan a sus ‘pequeños’ hasta su ‘oficina’ para que conozcan aquella reliquia que antes era indispensable en cualquier institución.

“Puede decirse que la tecnología ha vuelto esta máquina obsoleta, pero todavía viene gente, y la mayoría de veces pagan el servicio de escribir una carta, simplemente por ver cómo baja y cómo se va adhiriendo la tinta al papel. Traen a los niños, a ellos les causa curiosidad, incluso le dicen a los papás que quieren tener una de estas”, relató don Mario.

No obstante, la experiencia ‘pesa’, por eso, otro de los aspectos por los que todavía hay quienes siguen eligiendo a estos personajes es por la forma de redactar aquellos documentos. Según afirma don Mario, los ‘jóvenes’ de hoy pueden trabajar más rápido con un computador, pero la calidad de los escritos no es la misma.

“A nosotros nos siguen buscando, sigue habiendo ‘trabajito’, no como era antes, pero ahí sobrevivimos”, expresó.

Si bien han sobrevivido a las políticas del espacio público, a la revolución tecnológica con aparatos más veloces y mejor diseñados como los computadores, hay un factor que algún día ocasionará que estos personajes desaparezcan: La muerte.

“Yo muero, y esto también muere. Los hijos de uno no se van a meter a esta vaina por la modernización de los sistemas”, dijo tristemente.

Sin embargo, aunque ninguno de sus hijos va a continuar con su legado, se alegra que este oficio haya permitido que uno de ellos pudiera cumplir el sueño que él siempre tuvo: ser licenciado en idiomas.

Con resignación y el cansancio de tantos años de trabajo, ahora su único sueño es que sus hijos algún día le retribuyan todo lo que él y su máquina de escribir les dieron, para que pueda retirarse y por fin descansar a observar y esperar lo irreversible, cómo desaparece este gremio de Bucaramanga.

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Publicado por Danilo Prada Alvarez

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