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Bucaramanga
Viernes 16 de noviembre de 2018 - 12:00 PM

La vieja que viaja: sola y por tierra

Paula Carrillo renunció a su trabajo, juntó sus ahorros, vendió lo que tenía, empacóun par de mochilas y se fue de viaje por el sudeste asiático sin tiquete de regreso, con bajo presupuesto y sola. En su aventura de subir desde allí a Europa completamente por tierra vio los mejores paisajes y lugares de su vida, pero también vivió explotación laboral y hasta discriminación.

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La santandereana que dejó todo para viajar por el sudeste asiático sin tiquete de regreso. (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)
La santandereana que dejó todo para viajar por el sudeste asiático sin tiquete de regreso. (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)

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La santandereana que dejó todo para viajar por el sudeste asiático sin tiquete de regreso. (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)

“Estás muy zen, ¿no?”, le dicen a Paula Carrillo Niño sus amigos y familiares. Y ella lo acepta. Irse durante un año y medio a viajar sola por el sudeste asiático para luego subir a Europa, todo por tierra, se convirtió en el viaje de su vida.

La decisión la tomó en un momento que ella define como crítico: estaba a un año de cumplir los treinta. Llevaba tres años trabajando sin parar y sintió que necesitaba un respiro, uno largo, que le moviera todas las fibras.

A pesar de la presión social, de los ¿estás loca?, ¿te vas a ir a hacer nada cuando acá lo tienes todo?, ¡no es hora de hacer eso!, ¿no piensas en el futuro? y de la preocupación de sus padres, armó la maleta en par patadas, compró el tiquete de ida, juntó sus ahorros y con 10 millones de pesos llegó a Singapur a comienzos de 2017.

Solo tenía definido Singapur y Camboya. Después de eso, lo que viniera. Vinieron Tailandia, Myanmar, Vietnam, Laos, China, Mongolia, Rusia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania y Francia.

Hace un mes volvió al país y a su ciudad, Bucaramanga, “vaciada”, como ella misma dice, pero con la maleta llena de experiencias increíbles, unas buenas y otras no tanto, y con la seguridad de que ser mujer y viajar sola puede ser una opción.

¿Por qué el sudeste asiático como destino?

Porque es muy barato, comparado con otros sitios como Europa. Quería un sitio donde me rindiera la plata, pudiera trabajar y no fuera difícil tramitar las visas. Además era muy seguro para mujeres, según había investigado.

Dice que escogió los lugares porque también eran seguros para mujeres que viajan solas, ¿cómo le fue con eso?

La verdad es que la cultura es muy diferente. Acá sales y son comentarios horribles de tipos en todo lado. Allá no, nadie te dice nada; sin embargo, yo tomé todas las precauciones necesarias. Uno tiene que estar más pendiente que cuando viaja en grupo, claro. Yo compraba una sim con datos en cada país, tenía mapas y estaba siempre en contacto con las personas de los hostales donde me quedaba. No todos los lugares son igual de seguros, pero sí se puede viajar sola. A las mujeres nos crearon el miedo de que no podemos hacer muchas cosas, porque en los medios solo sale lo malo. Hacer lo que yo hice no es para todo el mundo, claro, pero no quiere decir que nosotras no podamos irnos de viaje solas.

¿En algún momento sintió miedo estando sola?

Una vez haciendo ‘autostop’, es decir parando carros con el dedo. Yo lo hice poco, solo una vez en Tailandia, porque la mayor parte del tiempo viajé en buses o trenes, pero me dijeron que en Rusia era seguro, entonces lo intenté. El señor que me paró empezó a decir cosas como que por ese camino se hacían las prostitutas, que los camioneros las llevaban a un monte y cosas así. Yo no hablo ruso, pero rotando mi pobre diccionario de palabras rusas le entendí y me asusté. Controlé la situación porque pude contactar a las personas donde me había alojado y donde me iba a alojar y los puse al teléfono con el tipo para que le hablaran en ruso.

El presupuesto que llevaba era poco, ¿cómo viajar un año y medio con poco presupuesto?

Bueno, pues hay que ser muy estratégico. Me hospedaba en hostales y a través de couchsurfing, que es como un sistema de intercambio de alojamientos en casas de gente que no conoces pero que te alojan a cambio de conocer nuevas personas. Hacía también voluntariado a cambio de un lugar para dormir y comida y me movía en buses y trenes. Pero, por supuesto, me quedé sin dinero a los seis meses, así que tuve que mirar cómo trabajar porque no tenía la mínima intención de devolverme. Cuando uno viaja sin tiquete de regreso piensa que queda mucho por conocer.

¿Encontró trabajo?

Sí, había conocido viajeros que enseñaban inglés en Vietnam. Solo tenía que hacer un curso para certificarme, tener visa de negocios y unos trámites no muy complicados. Lo hice y duré ocho meses trabajando allí, los peores ocho meses del viaje, y quizás de mi vida.

¿Por qué?

Ahí sentí el choque cultural más fuerte, porque esta vez era trabajando y viviendo con ellos. Me costaba mucho entenderlos y se molestaban cuando no les entendía, me sacaban a los gritos de las tiendas por no hablar su idioma, en fin. A Vietnam o lo amas o lo odias y a mi me pasó lo segundo. Entré a trabajar como profesora de inglés para niños, legalmente, con un contrato y fecha de pago que ellos nunca respetaron. Me pagaban un tercio del total y luego quien sabe cuando lo otro y así. Para mí era terrible y me tocó pelear a mi manera. Me habían amenazado con deportarme, así que empecé a contarle a todos los papás de los niños. Mis documentos legales estaban atados a esa empresa y mi diploma original de grado lo tenían ellos, porque era un requisito, y no me lo querían devolver. Al final se me salió lo santandereano y llamé a los socios gringos de la empresa y armé el escándalo. Me devolvieron todo y solo me pagaron la mitad, pero con eso salí corriendo de allá. Cuando llegué a China, sentí que era el paraíso.

¿Cómo la trató China? Dicen que resulta muy caótica a veces...

China fue maravilloso. Yo estaba asustada porque me decían que si no me había gustado Vietnam, me preparara porque los chinos eran peores, pero conmigo fueron increíbles, muy amables. Además, encontré paisajes hermosos. Una cosa es Pekín, donde le dicen a uno que se va a morir de la contaminación y uno piensa que todo China es así, pero no, en otras ciudades hay parques increíbles y paisajes impresionantes.

¿Qué tan difícil resultó la barrera del idioma?

Es complicado, pero no imposible. Cuando no me podía comunicar, tenía estrategias. En los hostales hablaban algo de inglés y me escribían en un papelito todo lo que tenía que decir en el día: hola, voy a tal lado, indícame el bus, estoy perdida, por favor llame a este hotel para que le hablen en chino, etc. Cuando no me entendían, ellos descargaban traductores para poder entenderme, sobre todo los chinos y rusos que siempre fueron súper amables y siempre pendientes.

¿Qué tal el tema de las fronteras y las visas? ¿Fue fácil?

En general nunca tuve problemas para cruzar fronteras ni para sacar las visas. Además, yo definí mi ruta dependiendo de eso. Miraba a qué país podía ir fácil y en cual era rápido tramitar la visa. La mayoría me las daban por un mes y yo siempre las exploté hasta el final. Lo máximo que tuve que hacer fue ir varias veces a las embajadas. En Hong Kong sí tuve un percance horrible. Allá no necesitamos visa, pero cuando iba a ingresar me sacaron de la fila, me interrogaron mucho y me sentí discriminada. Allá hay mucha prostitución y sospechan de mujeres latinas viajando solas. Al final les mostré el dinero en efectivo que llevaba y me dejaron pasar.

Al final logró lo que soñaba, subir desde China a Europa por tierra, ¿qué tal la experiencia?

Genial, yo quería hacer el transiberiano, que es una ruta en tren que conecta China con Rusia y atraviesa esta última de un extremo a otro. Yo no lo hice seguido, hice varias paradas para conocer lugares y algunas partes las recorrí en bus porque salía más barato. Al final terminé haciendo el transmongoliano, que de China pasa a Mongolia y luego llega a Moscú. Ya en Moscú me di cuenta que era hora de volver, no tenía mucho dinero y ya necesitaba volver a mis raíces, comer fríjoles porque los extrañaba mucho y ver a mi familia.

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Publicado por Irina Yusseff Mujica

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