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Mundial de Fútbol
Domingo 08 de julio de 2018 - 12:00 PM

Yerry Mina, el defensa goleador que hizo gritar a Colombia

El defensor de Colombia, anotó tres goles de cabeza. Esta es su historia y los detalles de su vida en su amado Guachené.

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Yerry Mina, el defensa goleador que hizo gritar a Colombia (Foto: Colprensa - El País)
Yerry Mina, el defensa goleador que hizo gritar a Colombia (Foto: Colprensa - El País)

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Yerry Mina, el defensa goleador que hizo gritar a Colombia (Foto: Colprensa - El País)

Cada vez que vuelve, Yerry vuelve a encontrarse con los amigos de siempre, con Manuel Aponzá, con Javier Ocoró, con Luis Ortiz, y con ‘Pichi’. Aunque son más, claro, como ‘Benyi, la voz del barrio’, cantante y compositor que por ahora se gana la vida con un negocio donde a veces todos coinciden: la peluquería ‘Barber Shop’, a seis o siete cuadras del parque central de Guachené.

El profesor Seifer Aponzá Peña, primer entrenador que tuvo la vida de Yerry, cuenta que cuando está de visita, su pupilo también puede coincidir con ellos en una panadería. “Y puede gastarles la panadería entera, pero no licor. Yerry no toma”, dice el ‘profe’.

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Los padres del futbolista viven en La Esmeralda. Su casa queda al frente de ‘La Esquina’, una tienda efectivamente situada en un cruce de calles que desde el año 2003, más o menos, es atendida por la señora Nancy Tovar. Según sus cuentas, la familia de Yerry llegó ahí cuando él ya se había convertido en jugador de Santa Fe y pudo construirles esa casa, la más alta del barrio, con tres plantas.

“Es un muy buen muchacho”, dice la señora Nancy, contando que en el tiempo que llevan de vecinos no recuerda haberle vendido más que Gatorade. Acaso una Coca Cola. Acaso una cerveza fría.

Contrario a esa otra época —por fortuna antigua— en que la historia más común de nuestros ‘campeones’ era una biografía de excesos que podía incluir episodios con tiros al aire, peleas de borrachos, o buses cogidos a patadas, esta nueva generación de futbolistas que inspiran la idolatría nacional tiene una consistencia al parecer diametralmente opuesta a esa orilla del abismo.

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Lo más extremo que Yerry ha hecho en unas vacaciones, dice el ‘profe’ Seifer, fue haber jugado un partido de fin de año en Corinto, el pasado 30 de diciembre, cuando todavía era jugador del Palmeiras y su nombre era rumor para el Barcelona. El ‘profe’, que lo conoce desde cuando llegó por primera vez a la cancha del pueblo, siendo un niño gordo y en amoríos con la portería, explica la razón de ese viaje a jugar 26 kilómetros Cauca adentro, con una máxima que desde los primeros años rige la vida de Yerry: “Siempre quiere jugar”.

Entonces recuerda una anécdota que lo retrata: con 12-13 años, un 24 de diciembre el chico fue a buscarlo para preguntarle si al otro día tendrían entreno. El ‘profe’ le dijo que sí pensando que la pregunta respondía a una broma infantil, pero al día siguiente lo vio llegar a la cancha con su amigo Camilo Mancilla (hoy jugador de Envigado). Aquella Navidad, dice el ‘profe’, supo que la determinación para ser futbolistas llevaría lejos a esos dos.

‘Pichi’, uno de los mejores amigos de Yerry, se sitúa en la misma época activando una máquina de la memoria juvenil que solo parece contener escenas de fútbol sin márgenes. “Era todo lo que hacíamos”, dice, recreando partidos que terminaban arriba de los árboles de las fincas vecinas a la cancha del pueblo, donde descansaban suspendidos en sus ramas, comiendo zapotes y mangos mientras mordisqueaban el futuro: yo quiero ser jugador del Chelsea, decía ‘Pichi’. Yo también quiero jugar en Europa, le contestaba Yerry.

Yadira Balanta Díaz, una negra de sonrisa luminosa que el pasado jueves al mediodía despercudía ropa en los lavaderos públicos que hay a las afueras de la planta de Propal, sobre la única vía que conduce al pueblo y a pocos kilómetros de la cabecera, dice que también fue amiga de la estrella de la Selección Colombia en esos años en los que su vida se veía transcurrir por las calles de Guachené y no por la televisión o Youtube, donde Yerry es la celebridad que juega con Messi. Al recordarlo adolescente por ahí, lo ve pues en medio de una gallada de pelados y peladas con los que iban a jugar a la pelota a orillas del río Palo, y que a veces remataban los picaditos con un sancocho de pescado o de pollo, y los pies metidos en el agua.

Yadira solo se acuerda de haberlo visto ahí. Nunca en una fiesta. Tampoco en la discoteca ‘El Despiste’. “Siempre ha sido muy tranquilo”, dice, conjugando el estado de ánimo de su viejo amigo como una extensión en el tiempo que lo define de cierta forma: la historia de Yerry Fernando Mina, el central que con sus cabezazos salvadores en el Mundial puso de cabeza la emoción del país, no tiene convulsiones ni locuras ocultas. Si fuera proyectada en el cine, tendría que ser anunciada como una película apta para todo público.

Aunque el pueblo se quiera caer de contento cuando está de visita, cada vez que viaja, Yerry no regresa exactamente para la fiesta masiva que se desborda a las calles celebrando sus triunfos, sino para visitar la familia y los lugares que componen su vida anterior a la popularidad mundial que se ganó desde que juega en el Barsa, y al lado de un extraterrestre. Cada vez que vuelve a su tierra, entonces, Yerry vuelve para tomar jugo donde el ‘El Ñato’, o para comer pizza en el centro, cuenta su amigo Javier Ocoró, que muchas veces ha compartido mesa con él.

Adriana López Cuastumal, administradora y chef de ‘Rolos-Pizza’, recuerda que cuando lo vio la primera vez en el negocio se quedó paralizada de emoción; luego le pidió una foto y se le colgó del pescuezo, dice riéndose: “Es muy alto y muy amable y muy humilde. Y casi siempre pide pizza hawaiana. A veces viene con los amigos o a veces se sienta a comer solo y a esperar a la mamá”. La mamá del futbolista es cristiana y asiste a una sede de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, que colinda con la pizzería. Según el ‘profe’ Seifer, hace varios años a la madre se lo vaticinaron ahí como un anuncio de Dios: un día te llegará una bendición muy grande a través de un hijo. Y ese hijo brillará a todas partes donde vaya.

***

Lo único que suena sobrenatural en la vida de Yerry, hoy un personaje tan popular por su fútbol como por sus frenéticos contoneos de celebración, es que en ella no se vean escenas de baile. Lo cual resultaría comprensible en el currículum de cualquier otro defensa central, posición destinada a jugadores resignados a perder la cintura en el juego. ¿Ha escuchado la expresión “le quebró la cintura”? Casi siempre las víctimas son ellos, los centrales, al quedar literalmente descaderados ante el enganche de un atacante. Encargados primero de cortar y rechazar, los centrales suelen ser más parecidos a un escaparate en movimiento que a un bailarín. Pero Yerry es de otra clase. Yerry baila.

¿Por qué baila como baila?

Guachené, a una hora de Cali, es un pequeño municipio en el borde norte del Cauca, con veinte mil habitantes, de los cuales unos quince mil permanecen en su zona rural, sembrada hoy de mucha caña, pero también de maíz, yuca y frutales. Además de un ingenio, en los alrededores está la planta de Propal y un parque industrial. A pocos kilómetros hay una avícola.

Así que mucha gente encuentra trabajo ahí. Casi la totalidad de pobladores son afrodescendientes, herederos directos de las primeras embarcaciones de esclavos negros que la colonización española dejó ahí hace varios siglos para exprimir la tierra.

El casco urbano ahora es un poblado tranquilo, de calurosas calles angostas con bastantes motos y niños que juegan fútbol en las esquinas. En la Carrera Novena con Calle Cuarta está la sede de la Fundación Yerry Mina, un lugar que el futbolista creó para impulsar programas que ayuden a enfocar el tiempo libre de los niños de Guachené; de modo que allí ahora los pequeños encuentran programas de fútbol recreativo masculino y femenino, atletismo, acompañamiento pedagógico y una academia de baile.

De baile, sí. Luis Carlos Casarán, docente en promoción de danza folclórica, explica que las venas culturales de la gente están enraizadas con los tambores del África y por eso llevan la música en la sangre. Por eso sus niños, además de jugar fútbol en las esquinas, bailan con afinación silvestre.

En la peluquería ‘Barber Shop’, ‘Benyi, la voz del barrio’, el cantante que es amigo de la infancia de Yerry, cuenta que cada vez que vuelve y se reúnen ahí, terminan cantando y bailando, improvisando versos de rap con los panitas. Yerry nunca bailó, es cierto, recuerda ‘Benyi’ que lo conoce de toda la vida, pero siempre tuvo ese ritmo “sabrosito” que también se le sale en el hablado.

Así como siempre tuvo ese bello vicio de saltar a conquistar las alturas. Lo que pasa —cree su amigo— es que ahora está menos tímido. Ya todos conocen las razones: de la cancha de Guachené al Pasto. Del Pasto al Santa Fe en el 2013. Del Santa Fe al Palmeiras. De ahí al Barcelona de Messi. De la banca del Barsa, al estrellato goleador en el Mundial de Rusia.

Yerry mide 1,95 metros. Alto como un árbol, cada vez que vuelve a su pueblo, vuelve al lugar que compone su naturaleza. Las calles donde muy chico aprendió a bailar con las dificultades que también lo impulsaron a crecer. Las mismas calles donde se enamoró para siempre de Geraldine Molina Carabalí, su novia de toda la vida. Cada vez que vuelve, Yerry vuelve al lugar al que pertenece su corazón. Ahí seguramente está la raíz de toda de su grandeza.

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Publicado por COLPRENSA

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