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Bucaramanga
Lunes 20 de diciembre de 2021 - 12:00 PM

Hambre, frío y peligros: la travesía de los migrantes

Entre Cúcuta y Bucaramanga, en la actualidad, existen alrededor de siete puntos de apoyo al migrante en donde reciben alimentación, alojamiento, atención médica y orientación, entre otros. Vanguardia los acompañó en el recorrido.

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Jaime Moreno / VANGUARDIA
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Jaime Moreno / VANGUARDIA

Basta con atravesar 315 metros del caluroso puente internacional Simón Bolívar para que las estrellas que adornan el tricolor del ‘bravo pueblo’ desaparezcan. Allí comienza oficialmente el éxodo. Al final una frase colma de esperanza y sueños a los venezolanos: “Bienvenidos a Colombia”.

Millones de personas lo han atravesado a pie, muchas de ellas cargadas con lo único a lo que se aferran... Sus maletas. Casi de inmediato aquellos trashumantes se enfrentan a ‘La Parada’ obligada en Villa del Rosario, que semeja un ‘hormiguero alborotado’.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
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Hasta hace poco esos errantes pasaban a escondidas, por una decena de trochas como ‘La Platanera’ o ‘La Marranera’, con el río empapándoles las pantorrillas, los matorrales arañándoles la piel como pidiéndoles por última vez que no se vayan, arriesgándose a ser atrapados, incluso asesinados. Durante el último año más de una docena de personas han sido asesinadas en estos pasos ilegales.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
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Antes de la ‘fuga al miedo’ que se ha extendido por varios años, los venezolanos cruzaban el cielo en avión, sin embargo, después de que en 2017 las últimas aerolíneas cancelaran las conexiones a Caracas, muchos osan atravesar el continente en bus, otros toman el camino más duro... a pie.

Migración Colombia ha registrado que cerca de 14.000 personas pasan a diario las fronteras colombo-venezolanas, 5.000 caminando. Una de ellas es Offir Prada, quien hace casi año y medio, solo con algunas cosas en su maleta, cruzó acompañada por sus tres hijos. “No pensé que me iba a dar tan duro revivir esto”, dijo entre lágrimas.

El pasado primero de diciembre se paró de nuevo sobre el límite nortesantandereano donde inició su peregrinaje. Ahora, con estabilidad económica, emprendía la caminata hacia Bucaramanga para revivir su historia.

Sus lágrimas se confundían con las gotas de sudor que le juagaban el rostro, por el sopor de los 37 grados que sofocan la zona. Estaba a menos de una hora de abrazar a los suyos en San Cristóbal, de donde salió buscando la forma de sobrevivir.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
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“Fue muy triste estar ahí de nuevo, a una hora de los brazos de mi mamá quien justo hoy está cumpliendo años; de mi papá, duele no poder pasar.

“Aquí empezó mi trayectoria con mis tres hijos, no sabía qué me esperaba en Bucaramanga, a dónde llegaría, con quién o cómo evolucionaría mi vida.

“La experiencia es bonita repetirla, pero con otra mente porque durante un año y cinco meses en Bucaramanga, he logrado muchas cosas que en Venezuela hace 11 años, cuando tuve a mi primer hijo, no había logrado”.

Offir junto a Clairet del Valle Mata, otra bolivariana, repitieron los 197 kilómetros que separan a Cúcuta de Bucaramanga, donde muchos deben decidir entre seguir o devolverse, o entre la vida o la muerte.

El destino no solo es la Ciudad Bonita, algunos pasan hacia Bogotá, Medellín, Pereira, Cali... Otros siguen como judíos errantes mucho más lejos: Ecuador y Perú. Muchos, muchísimos, ni siquiera saben para dónde coger, quizá hasta donde los lleven sus pies ampollados, reventados... cansados. Sólo les importa ‘huir’ de sus propios temores, de la incertidumbre.

Pisar tierra colombiana significa para ellos esperanza. No es fácil, dejan atrás una vida, una familia, para enfrentarse al hambre, la soledad, los dolores no solo físicos, frío, cansancio y el peligro que implica caminar por vías construidas para carros, motos, camiones, no para hombres, mujeres y niños migrantes.

La travesía es un ‘yoyo’ de climas y topografías. Temperaturas de casi 40 grados y otras que descienden bajo cero; vías empinadas, en ‘picada’, interminables rectas.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
Jaime Moreno / VANGUARDIA

Jaime Moreno / VANGUARDIA

Los primeros 17 kilómetros, hasta el primer refugio, andar es bastante caliente, las suelas de cualquier zapato parecen deshacerse sobre el asfalto. Luego de unas tres horas de camino a pie, encuentran un oasis: El Centro de Atención Sanitaria Los Patios. El primero de siete puntos dispuestos para dar apoyo a quienes osan ir de Cúcuta hacia Bucaramanga sobre sus piernas.

“Aquí hay capacidad para 440 personas, garantizando la asistencia alimentaria, registro, intervención en salud, alojamiento, componente psicosocial, entrega de medicamentos, vacunación, activación de ruta protectora a la niñez y a la mujer, de acuerdo con la violencia de género y transporte humanitario, pero el trasporte es validado de acuerdo con la cooperación porque solo hay unos cupos”, informó Miguel Ángel Chávez, coordinador del lugar.

Desde su puesta en operación, hace seis meses, han atendido a casi 16.000 migrantes: 6.050 niños, 4.008 hombres y 5.700 mujeres.

A diario pasan por allí entre 150 y 180 ‘historias’ distintas, como la de Bárbara, quien lloraba en silencio mientras almorzaba y amamantaba a su hijo. Las lágrimas le impedían disfrutar del plato de comida que le brindó el refugio: arroz, fríjoles, puré, guiso de habichuelas y una limonada fría que para un caminante sabe a ‘gloria’.

“No quiero estar aquí, mi familia siguió el camino y a mí me tocó quedarme porque mi bebé tiene síntomas de gripa”, decía entre sollozos. Y es que allí los caminantes no se pueden quedar más de 24 horas, a menos que requieran atención especial.

Foto / Yuriana calderón
Foto / Yuriana calderón

Foto / Yuriana calderón

Junto a su mesa, un grupo de niños saboreaba el ‘manjar’ que tenían al frente. Se veían felices, sonreían mientras lamían la cuchara para no dejar siquiera un poquito de los fríjoles... Quizá su inocencia no les permitía dimensionar el camino que les faltaba.

O la historia de Génesis, quien estaba en Los Patios después de caminar por cerca de dos meses junto a su esposo Luvit Ponce. Salieron desde Venezuela hacia Perú, solos, dejando a sus tres hijos al cuidado de una señora, pero cuando estaban en Ipiales (Nariño), tuvieron que regresar a La Parada a recogerlos, porque la persona que había quedado a cargo ya no podía hacerlo más. Emprendían de nuevo la caminata que ya habían hecho, pero esta vez con los niños.

De Los Patios hasta Pamplona hay otros dos puntos de ayuda: en La Don Juana está Samaritan’s Purse que atiende a cerca de 100 caminantes diarios y kilómetros adelante, otro apoyado por civiles... A medida que avanza la travesía, los caminantes disminuyen ya sea porque piden ‘linche’ o porque deciden regresarse.

El termómetro también muestra un descenso. En la carretera se encuentran rastros de la razón de este peregrinaje: Bolívares tirados sobre el asfalto porque ese dinero se esfuma al pisar territorio colombiano. Acá no vale nada. Con un salario mínimo de Venezuela, en Colombia no alcanza ni para una libra de carne.

El ‘páramo de la muerte’

Jaime Moreno / VANGUARDIA
Jaime Moreno / VANGUARDIA

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Ya en Pamplona, la caminata es a ‘otro precio’. El frío duro, intenso, cala en los huesos de los migrantes acostumbrados al calor de las llanuras venezolanas.

El primer punto de ayuda antes de ascender al páramo está a unos tres kilómetros de la ‘Ciudad Mitrada’. Quienes se detienen en ese Centro de Atención Sanitario ‘toman’ fuerzas para avanzar el camino más difícil.

El paisaje es bellísimo, tranquilo, huele a pino, a eucalipto... ‘Tapetes’ de flores amarillas se extienden a lado y lado de la angosta carretera, ‘adornando’ el drama de las hileras de caminantes. El silencio en este tramo empinado hacia La Laguna, se rompe por el rugido de los motores de las ‘mulas’ que pasan a toda marcha, rozando a los peregrinos.

Suben al páramo tiritando, asustados por las historias sobre quienes han fallecido de hipotermia. Para la mayoría es la primera vez en su vida que se enfrentan a una cordillera andina, a tan bajas temperaturas. Muchos ni sabían que existían estos parajes, sólo conocían calurosas llanuras.

Es más fuerte el rumor sobre familias completas que han fallecido por hipotermia, que la certeza de esas fábulas del siglo XXI. Pero según la Cruz Roja, hay reporte de dos migrantes fallecidos intentando pasar la agreste cresta del ‘páramo de la muerte’, como lo llaman entre ellos.

“Este punto está a unos 3.400 metros de altura sobre el nivel del mar, es el más alto de la travesía. Aquí la dinámica migratoria para estas personas ha tenido la mayor afectación. En algún momento, al inicio de la migración, hubo dos fallecimientos en el páramo lo cual generó cierto temor, por eso muchos lo llamaban el páramo de la muerte”, recordó Freddy Quiroga, coordinador local del proyecto de atención humanitaria a la población migrante de la Cruz Roja en Santander.

A medida que se asciende, el ambiente cambia. Del aroma arbóreo al olor de la cebolla, los extensos cultivos que de lejos parecen pinturas, poco a poco se convierten en un lienzo totalmente blanco, arropado por la neblina. La brisa gélida espanta cualquier abrigo.

En el trayecto, los caminantes pueden sufrir asaltos y los dejan sin papeles, sin fotos de su familia, sin celular, sin las cartas de despedida, sin la estampita de bendición, sin las mantitas o los peluches que llevan el olor de sus hijos. Necesitan toda la solidaridad para poder cruzar y no morir en el intento: de soledad, frío, abandono, miedo, hambre o derrota.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
Jaime Moreno / VANGUARDIA

Jaime Moreno / VANGUARDIA

Carrera de obstáculos

Las autoridades han identificado 14 riesgos para los caminantes que migran: accidentes de tránsito, hurto, trata de personas, abuso, explotación sexual, violencia de género, menores caminando solos, accidentes o riesgos por lluvias y tráfico de órganos, entre otros.

En la parte más alta de la travesía, el CAS Berlín es un apoyo fundamental, allí pueden quedarse una sola noche, pero eso puede hacer la diferencia entre vivir o morir. “Aquí te puedes quedar una sola noche, pero esta te puede salvar la vida. Te puede dar hipotermia, hay bebés, niños que pasan dificultades, en estado de salud precario y este centro les tiende una mano amiga que les dice: ven, pasa una noche, recarga energías y sigue tu camino”, comenta Lucas Gómez, gerente de Fronteras de la Presidencia de la República.

Allí hallan abrigo, comida preparada por venezolanos... sabor a patria lejana. “Las comidas son pensadas en el gusto de esta población”, expresó la nutricionista. Hay caraotas, arepas, albóndigas. El número de caminantes diario que pasa por el CAS Berlín, fluctúa. Hay días de 20, 30 y hasta 90 personas que llegan con dolencias osteomusculares, agotamiento físico, quemaduras por el sol, deshidratación, hipotermia, dolor de cabeza, mareos, problemas respiratorios y los pies ampollados.

Jaime Moreno / VANGUARDIA
Jaime Moreno / VANGUARDIA

Jaime Moreno / VANGUARDIA

No se quedan allí más de una noche, pero esa les salva la vida y los prepara para el descenso luego de atravesar una interminable recta rodeada de frailejones. Se ven algunos solitarios andando, hoy hay muchos núcleos familiares, niños, mujeres embarazadas, adultos mayores como doña Delfina quien a sus 80 y tantos se convirtió en caminante saliendo desde Caracas... Eso relata entre risas, sentada en una silla de ruedas.

“Salí sola, estoy cansada, pero no me da miedo, estoy que tiemblo de frío, pero le pido mucho a la Santísima Virgen de Betania. Soy feliz. Del grupo de caminantes soy la de mayor edad”.

Desde Berlín, la carretera que comienza plana, se inclina de forma leve y más adelante termina convertida en una ‘culebra enroscada’, que marea si se va en carro, hasta llegar a Bucaramanga.

Al llegar a la capital santandereana muchos ‘coronan’, pero en ese frenesí otros tomarán rumbos distintos. Quién sabe para dónde... Con miedo, pero con la fe de algún día regresar más fuertes a Venezuela. ¡Gloria al bravo pueblo...!

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Publicado por Yuriana Calderón Alsina

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