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Barrancabermeja
Lunes 25 de abril de 2022 - 12:00 PM

Un hechizo llamado Barrancabermeja

Vanguardia hace un reconocimiento a Barrancabermeja en su aniversario número 100 como municipio. Se trata de un siglo de trabajo, desarrollo y pujanza de su gente, que junto al Río Grande de la Magdalena, son la mejor expresión del talante santandereano.

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 Jaime Moreno / VANGUARDIA
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De los 800 hombres que salieron de Santa Marta, al final, solo sobrevivieron 170.

Todo comenzó seis meses atrás. La travesía recorrió más de 150 leguas por selva inhóspita. A las pocas semanas muchos españoles estaban derrotados por el hambre, las enfermedades y prácticamente no les quedaba sal.

Sus cuerpos terminaron cubiertos de llagas. Muchos, menoscabados por el calor, empapados por terribles aguaceros, contaban con una única muda de ropa que se secaba con la candela de las hogueras y el calor corporal.

Terminaron comiendo lagartijas, culebras, ratones, raíces de árboles, y los gusanos que les nacían en la espalda. Otros navegaban por el gran río Magdalena. Ellos sufrieron igual tortura. Partieron el 6 de abril de 1536, al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada.

Sin manera de ayudar a los hombres enfermos que quedaban como cebo de caimanes, sepultados en las entrañas de las fieras bestias nocturnas, los temerarios españoles, a cada paso, enfrentaban mil atascaderos. Llenos de inconvenientes, dolor y congoja, sin poder dar marcha atrás, se internaban por la orilla del gran río.

- Se cuenta que algún felino grande, tal vez un jaguar, que los cronistas llamaron tigre, dio muerte a un español llamado Juan Serrano y un caimán atacó y mató a un tal Juan Lorenzo. Hasta los osos hormigueros los atacaron, como el que casi mata al caballo de Juan Tafur. - Contiene un relato de un cronista de la época.

A veces tomaban caminos dentro y fuera de la espesura verde amenazante, pobladas de truenos nocturnos y oscuridades infernales. Selva devoradora de hombres, picados por avispas, hormigas, culebras, mosquitos y garrapatas.

El 12 octubre de 1536, Quesada decidió asentarse en un sitio que llamó La Tora o “Barrancas Bermejas”. Génesis y principio de la actual ciudad. De allí, posteriormente, Quesada buscaría ingresar al altiplano por el río Opón, entre otras razones, buscando sal y mantas.

El verdadero nombre de este sitio era “Latocca”, que significa “lugar de la fortaleza que domina el río”. Este espacio era habitado por los Yariguíes, descendientes de Los Caribes, guerreros formidables, de quienes la historia recuerda con especial atención al Cacique Pipatón y su esposa Yarima, que morirían años después abrazados por el frío y las enfermedades, prisioneros, en un convento de Bogotá.

Pero también se tienen presente a los caciques Itupeque, Martinillo y Caciquillo, quienes lograron expulsar a los españoles, obligándolos a buscar camino de Honda para llegar a Bogotá por el río Magdalena, a partir de 1630.

Se estima que en 1885 se contabilizaban unos diez mil indígenas Yariguíes, pero el comercio, los colonos y la expansión petrolera generó una catástrofe en esta población. Un genocidio se registró al punto que en 1915 no se contaban individuos de esta etnia.

“Latocca” queda ubicada en lo que en la actualidad se conoce como el Hotel Pipatón, que abrió sus puertas en 1943. Inmueble de gran historia para Barrancabermeja y considerado monumento histórico de Santander. En “Latocca”, un total de 170 hombres estuvieron por tres meses. Descansaron.

Desde esos tiempos en que Gonzalo Jiménez de Quesada buscaba ese “aceite negro con poderes mágicos” hasta comienzos del siglo XX, este lugar se convirtió en un sencillo puerto de abastecimiento de leñas para las embarcaciones. Todo cambió 368 años después, cuando estalló la explotación de petróleo.

La llegada de la Tropical Oil Company, conocida en Santander como la “Troco”, en 1917 marcó un cambio en esta región, con las primeras perforaciones de exploración en la zona de Infantas y las bases para el nacimiento de la refinería.

Barrancabermeja era entonces un corregimiento del municipio de San Vicente de Chucurí, incomunicado de Bucaramanga. El 26 de abril de 1922, Barrancabermeja nace como municipio, con un presupuesto de 10.090 pesos y la fiebre intacta del petróleo. Los funcionarios de gobierno central salieron de Bucaramanga a caballo y mulas, hasta un puerto llamado Marta, ubicado sobre el río Sogamoso. De allí tomaron canoas hasta Barrancabermeja.

La Ley 5 de 1922 expedida por el Congreso de la República autorizó a la Asamblea de Santander erigir el municipio de Barrancabermeja. Eso ocurrió hace 100 años. De un caserío de 900 habitantes se pasó a contar con tres mil, quienes festejaron ser considerados un municipio. En la actualidad su población se multiplicó por 70, para un aproximado de más de 200 mil barramejos.

- Barrancabermeja es lo mejor. Esta tierra me ha ayudado a salir adelante... – dice Rubiela Quintero, de 38 años, quien trabaja en el mismo lugar donde hace 486 años Gonzalo Jiménez de Quesada llegó casi muerto.

Rubiele pasa sus mañanas en el muelle, descamando bocachicos y recibiendo por esta labor $300 por animal. Junto a ella se acomodan las voces de las cocineras ofreciendo una portentosa ‘viuda’ o un bocachico frito en el tradicional ‘Paseo del Río’. Junto a esta mujer se paran las garzas blancas, con sus roncos graznidos secos, y los patos Yuyu, que esperan impacientes que se lancen al río las vísceras para disputarse entre picotazos ágiles los restos de los bocachicos que se cortan a cada rato en viejas mesas de madera.

El muelle de Barrancabermeja difícilmente descansa, como el río Magdalena, con su monotonía interminable de aguas, majestuoso con sus espirales oscuras, con sus remolinos traicioneros como serpiente plateada, dadora para muchos de vida y para otros, mensajero de la muerte. Barrancabermeja, incluso desde antes de llamarse así, se refleja y encalla en la dureza de sus aguas.

El Río Grande de la Magdalena entonces flota sobre calderas a su paso por Barrancabermeja. El aire porta la viscosidad propia de estas aguas oscuras, con mil rostros, tonos, olores, peces, embarcaderos, anfibios e historias de amor y desamor en sus riberas.

Un par de turistas se posa sobre el cemento cuarteado de este muelle, donde ahora les sacan las tripas a coroncoros para servirlas a comensales cachacos, asombrados con tanta belleza. Río como hamaca, siempre en movimiento, arrunchando los días de miles de generaciones que, una y otra vez, se sumergen en sus aguas. Río madre, río vida, río inmortal. Diomedes Díaz, resucitado a cada rato con sus canciones, se escucha por varios parlantes. La cerveza, además de las mujeres amadas, es buena compañía. Una chalupa sale y otra llega. El Río Grande de la Magdalena y la gente de Barrancabermeja son uno solo. Están unidos. Son inmortales en la sucesión interminable de generaciones, que más temprano que tarde vienen a bañarse en sus aguas, en un hechizo, que dicen los viejos, dura más allá de la muerte. ¡Feliz aniversario!

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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