El ciclista santandereano que enfrentó diez veces el Cañón del Chicamocha
Cuando supo del reto Everesting al Picacho, que consistía en hacer cuatro repeticiones al reconocido puerto de montaña del ciclismo nacional para alcanzar los 8.848 m, la altura equivalente al Monte Everest, no dudó en subirse a la locura.
Cuando se disponía a realizar el último ascenso, no tenía la logística necesaria y decidió, casi a regañadientes por los sabios consejos de su padre, abortar la misión.
Pero William Duarte Niño, oriundo de Piedecuesta, es de esos ciclistas que están fabricados con otro ‘material’ y sabía que aún tenía mucho más para dar. En el trayecto en carro desde El Picacho a su casa, en Piedecuesta, se trazó el objetivo de ir más allá.
“¿Y por qué no superar los 8.848 metros? ¿Y por qué no convertirme en el único colombiano en ascender más de 10.000 m?”, se preguntó.
La ‘bici’, el escape
Corría el 2016 y William Duarte, con 26 años, afrontaba uno de los momentos más difíciles de su vida. Su hijo Gerónimo, que es el motor que lo impulsa a enfrentarse a las subidas más empinadas, se alejaría de su lado y no encontraba consuelo.
Ese pequeño, de cabello rizado y sonrisa contagiosa, se convertía en la razón de su vida y no tenerlo cerca era un golpe certero al corazón.
Ya las salidas a correr no surtían efecto como remedio para escapar de la difícil realidad y, por cosas del destino, tomó la vieja bicicleta de su padre, que durante muchos años practicó el ciclismo de ruta y también el de montaña.
De niño siempre observaba a su padre cuando salía a pedalear o cuando reparaba la bicicleta, pero nunca se interesó demasiado por el tema: “Lo mío era trotar y correr”, decía.
Pero aquel 7 de septiembre del 2016, fecha que no se olvida como la de los cumpleaños de los seres queridos, se montó en el ‘caballito de aluminio’, pesado como pocos, y empezó a pedalear. Fue una conexión veloz con el deporte de las bielas y los pedales.
Inmediatamente notó que en el ciclismo, además de escapar de los problemas personales, conseguía destacar por encima de otros que tenían más años de práctica.
Con el tiempo, el ciclismo, especialmente el de ruta, se convirtió en su estilo de vida. “Yo no juego a ser ciclista, le hice una jugada a la depresión”, reconoce William.
Subir 10 veces el Alto de Chiflas
Subir del puente de Pescadero a Chiflas en bicicleta es una tarea difícil. Son 19 kilómetros de ascenso, con un promedio de desnivel del 6%, que hasta para los carros se hace difícil, especialmente en las curvas, donde es necesario meter segunda y hasta primera, porque la inclinación es mayor.
En este mítico puerto de montaña, que muchas veces ha sido testigo de etapas de las principales carreras ciclísticas del país, el pedalista Santiago Botero, campeón Mundial de Contrarreloj, de la Vuelta a Colombia y de la montaña en el Tour de Francia, entre otros éxitos, decidió poner pie a tierra ante la dureza del trayecto en la Vuelta a Colombia del 2008.
Y ese mítico ascenso, donde se percibe la majestuosidad del Cañón del Chicamocha, fue el elegido por William Duarte para superar el Everesting, un reto relativamente nuevo que está ganando adeptos entre la comunidad de los aficionados al ciclismo.
Consiste en acumular, en una sola sesión y subida, el desnivel positivo del monte Everest: 8.848 metros. Sirve cualquier cuesta, bien sea un puerto de tercera o de categoría especial.
Cuando repasó cuántos ciclistas habían logrado un Everesting en Colombia, se dio cuenta que estaba a punto de afrontar una misión que parece imposible, pues únicamente 21 ‘guerreros’ inscribieron su nombre entre los ‘grandes’, entre ellos ocho en Santander, cuando el 16 de diciembre del 2018 dominaron El Picacho, al ascenderlo cuatro veces.
Óscar Celis, Raúl Monsalve, Fabián Moreno, Leonardo Carreño, Marcos Caballero, Juan Carreño, Darío Insuasty y Alfonso Ruiz lograron en aquel domingo, cercano a la Navidad, pasar a la historia.
Frente a frente con el Cañón
William Duarte realizó la habitual oración que antecede todas sus rodadas, ya sean a entrenar o a competir. La música, de todo tipo, pero especialmente vallenato y jazz, no podía faltar. Los uniformes para las 10 ascensiones ya estaban elegidos y su mirada se encontraba puesta en el final, en vestirse con el jersey favorito de su hijo y levantar los brazos en el Alto de Chiflas.
Parecía un boxeador cuando se dispone a saltar al ring: concentración al 100%, ceño fruncido y una actitud de gladiador para devorarse la montaña.
Caía la tarde del sábado 19 de enero del 2019 cuando se montó en su inseparable amiga: una bicicleta Wilier blanca, de visos rojos y negros, que con sus 7,5 kilogramos es apropiada para escalar, aunque los que practican el ciclismo bien saben que cuando la carretera se empina, hasta la fibra de carbono más liviana pareciera que pesara el doble.
Los primeros dos ascensos, quizá por la frescura de las piernas o por el buen paso de sus compañeros, que se animaron a subir, algunos tres y otros seis veces, fueron más rápidos de lo presupuestado, a un promedio de 18 kilómetros por hora y con una cadencia alta.
Pero con el paso del tiempo y el desgaste físico, fue necesario bajar el ritmo y entrar en esa constante lucha contra sí mismo, porque se trata de superar los propios límites.
En el cuarto ascenso aparecieron los primeros problemas. Un “bajonazo de azúcar” le complicó su pedaleo redondo, pero sacó fuerzas de flaqueza, al mejor estilo de su referente en el ciclismo nacional, Sergio Luis Henao, quien a pesar de varias adversidades, siempre regresó más fuerte y con hambre de triunfo.
Las apuestas estaban en contra
Cuando en redes sociales y en el círculo de ciclistas de Santander se conoció del reto que pensaba emprender William, que consistía en escalar 10 veces el Alto de Chiflas y superar los 10.000 m, los primeros comentarios, sin duda, fueron espontáneos y con una alta dosis de incredulidad: “¡Está loco!, ¡10 veces, yo a duras penas subo uno!, ¡ese ‘man’ no podrá sentarse nunca más!”.
Incluso, aparecieron apuestas de por medio, en las que, como era de esperarse, estaban en contra. Unos decían que por mucho llegaba a 8 ascensos y otros, más incrédulos, sostenían que la alta temperatura del mediodía lo obligaría a bajarse de la bicicleta, para subirse a una ambulancia directo al hospital, producto de una descompensación.
Pero también estuvieron quienes apostaron a favor, los amigos cercanos, algunos conocidos que sabían de su proceso ciclístico, su familia y, especialmente, su novia y su hijo.
“Sabía que para emprender ese reto tenía que tener algo de locura, pero me gusta la superación personal y me preparé muy bien para cumplir el objetivo y que la gente comentara que no podía, en lugar de bajarme el ánimo me motivaba para seguir”.
La preparación para enfrentarse 10 veces a la subida a Chiflas, en las que era necesario pedalear tres kilómetros más en cuatro de las ascensiones para superar los 10.000 m, fue diferente a los entrenamientos para las competencias por etapas o de un día.
Muchas rodadas a paso regulado, sin abusar de la fuerza ejercida o la velocidad en cada pedaleada. Y la alimentación, también: más carbohidratos de los acostumbrados para tener la suficiente energía que le impidieran desfallecer.
Pedalea con el corazón
El reloj marcaba la una de la tarde del domingo 20 de enero y la temperatura se acercaba a los 40 grados. Ya tenía siete ascensos encima y alrededor de 20 horas tirando pedal. El sol era inclemente, más tardaba en humedecer la ropa, que esta en secarse, el aire que respiraba era espeso y caliente, lograba escuchar los acelerados latidos del corazón y en cada gota de sudor que caía al marco se le escapaban las últimas reservas de energía.
En esos momentos, donde el cuerpo le envía señales que pare, de repente su vida pasó en un ‘flashback’ que trajo la secuencia de momentos que lo marcaron. Recordó cómo llegó al ciclismo, recordó que el pequeño Gerónimo era su motor, recordó que para alcanzar la gloria el sacrificio es indispensable, recordó a su familia y recordó a su novia.
Alguna vez Nairo Quintana, el único ciclista colombiano con triunfos en dos de las carreras más grandes: el Giro de Italia y la Vuelta a España, expresó que “cuando se cansan las piernas, se pedalea con el corazón” y esa frase se convirtió en el grito de batalla para encarar la última parte del reto.
Tomó, como dicen, un segundo aire, que para él ya eran unos cuantos ‘segundos aires’ y siguió moviendo ese plato pequeño de 36 dientes y el piñón grande de 28, que a esa hora ya parecían de 40 y 24.
El tramo final del recorrido lo hizo con la mejor compañía, su novia Sandra, que también practica el ciclismo y fue una gregaria de lujo.
Con ella como escudera y luego de 386 kilómetros recorridos, 12.513 calorías perdidas y 28 horas sobre la bicicleta, coronó el décimo ascenso al Alto de Chiflas y se convirtió en el primer colombiano en alcanzar los 10.873 m.