El presidente Gustavo Petro, quizás forzado en parte por los últimos resultados de la economía que ha mostrado índices preocupantes, parece, por fin, entender que de las posiciones dogmáticas, unilaterales, unidimensionales, solo queda el aislamiento y es lo que ha comenzado a experimentar su gobierno.
Bucaramanga
La historia del último condenado a muerte en Bucaramanga
La cabeza de Higinio Bretón, con su barba rubia y simpática fisonomía, estuvo más de un año pudriéndose expuesta en lo alto de un palo enterrado en el centro de la plaza central de Bucaramanga.
En los primeros días de noviembre de 1834, el parque García Rovira era un terreno amplio (sin sus hoy imponentes palmas), donde en los días de mercado se extendían numerosas carpas. En el espacio que ocupa en la actualidad la estatua de Custodio García Rovira, fue clavada una vara con la cabeza del último hombre condenado a muerte en Bucaramanga.
“La ejecución de don Higinio fue un acontecimiento que dejó envuelta a la población en completo pavor por muchos días. Pocos se atrevían a cruzar la plaza después de cerrada la noche...”, describió José Joaquín García, el primer cronista bumangués, en su libro de relatos publicado en 1896.
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La decapitación de Higinio Bretón fue el episodio final de una larga ceremonia para ejecutar la sentencia de pena muerte por hechos que se iniciaron a la una de la mañana del 31 de octubre de 1834.

A esa hora, en la casa contigua a la capilla de Los Dolores, donde residía el párroco de Bucaramanga, Eloy Valenzuela Mantilla, se escucharon unos fatales ruidos extraños. Sonidos que llevaron a que Higinio Bretón perdiera literalmente su cabeza.
Más de un centenar de muertos
La aplicación de la pena de muerte es tan antigua como la civilización misma. Convertida en la sanción más grave y antigua de la historia, es aún hoy objeto de debates y discusiones. Mientras algunos aseguran que es un mecanismo para disuadir a los criminales potenciales y mejora la moralidad de una población, otros advierten que es un atentado a los principios fundamentales de los derechos humanos.
Una investigación del historiador y abogado de la Universidad Industrial de Santander, UIS, Héctor Hernández Velasco, determinó que en el país fueron ejecutadas cerca de 123 personas hasta 1910, cuando se eliminó este castigo de la Constitución Política.
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Amnistía Internacional, organización no gubernamental, ha denunciado que la pena de muerte, vigente en 60 países, constituye la negación máxima e irreversible de los derechos humanos, pues vulnera la esencia de los valores humanos.
“Se suele aplicar de forma discriminatoria, después de juicios injustos o por motivos políticos”, señaló Irene Khan, vocera de Amnistía Internacional un 10 de octubre, día mundial contra la pena de muerte.

Tal concepto lo respalda el historiador y abogado Héctor Hernández Velasco, al advertir que si bien muchos de los 123 condenados a muerte confesaron libre y voluntariamente su delito sabiendo la sentencia que recibirían, se estima que tal declaración respondía a presiones de las autoridades de la época.
“Encontré que en muchos de los recursos para apelar la sentencia de muerte se denuncia que las confesiones resultaban de torturas aplicadas por la autoridad. Sin embargo, no hay prueba de este hecho”.
Para el historiador Hernández Velasco, la pena de muerte fue una herramienta de retaliación política. Simón Bolívar la utilizó en contra de quienes lo quisieron matar en 1828. Y así sucesivamente, los gobernantes recurrieron a ella como una fórmula intimidatoria. Pero ¿en el caso del descabezado Higinio Bretón existieron intereses políticos en Bucaramanga? ¿Por qué lo mataron?
Un robo en la madrugada
El padre Eloy Valenzuela Mantilla nació en Girón el 6 de julio de 1756. En el Colegio del Rosario de Santafé de Bogotá, obtuvo los títulos en Cánones y Teología y más tarde se desempeñó como catedrático de filosofía, matemáticas e historia natural.
Deseando servir a Dios se hizo sacerdote y repartió su tiempo entre las actividades científicas y las labores evangélicas. El cura Eloy Valenzuela Mantilla se hizo cargo de la expedición botánica al poco tiempo de iniciada (1783) y cuando José Celestino Mutis fue comisionado por el Virrey para inspeccionar las minas de Mariquita.
Un año después, fue afectado por fiebres tropicales que minaron su salud, por lo que debió retirarse. En 1786 fue nombrado párroco de Bucaramanga, cargo que desempeñó hasta la fatal madrugada del 31 de octubre de 1834.
En su casa (cuya dirección es en la actualidad la carrera 10 Nº 35-30), cultivó un jardín botánico y escribió varios libros sobre temas agrícolas.
El historiado, Armando Martínez, asegura que el padre Eloy Valenzuela Mantilla fue el primero en realizar un censo de población de Bucaramanga. Era un hombre muy querido por la sociedad. Tanto, que hasta el mismísimo Simón Bolívar lo buscaba para dialogar al calor de unos espumosos chocolates santandereanos.
“En octubre de 1834 el cura Eloy Valenzuela Mantilla firmó su testamento y repartió sus bienes. No obstante, se creía que los baúles de su casa estaban llenos de dinero”, explica Armando Martínez.
Los hermanos Higinio y José Ignacio Bretón, creyeron tales habladurías. Y armados de una lanza y un cuchillo saltaron la pared del solar de la casa cural. El padre Eloy Valenzuela dormía en una hamaca en la pieza derecha de la sala de la vivienda.

El cronista bumangués José Joaquín García, relató que los asaltantes esculcaron algunos muebles y recogieron algunos objetos de valor, pero notaron que el sacerdote se había despertado.
Ellos preguntaron si los conocía. Él contestó afirmativamente. El padre suplicó que no lo mataran, pero sus ruegos no produjeron efecto.
“Aquellos hombres, cegados por la mala pasión, con el espíritu ofuscado y el corazón endurecido, lanzados ya por la pendiente que los había de conducir al abismo, temiendo ser descubiertos, sin detenerse ante la presencia de aquel anciano, cruzaron sus armas a la indefensa víctima y huyeron...”, escribió José Joaquín García.
Resistió cuatro horas
Herido de muerte, el cura Eloy Valenzuela Mantilla, de 78 años, apenas tuvo aliento para llamar a Ambrosio García, un niño que dormía en la pieza contigua y que era su única compañía.
Ambrosio alertó a los vecinos. En el libro parroquial de Bucaramanga quedó establecida la siguiente nota sobre los sucesos posteriores:
“Este venerable cura falleció a las tres de la mañana. Sobrevivió unas horas desangrado y recibió los santos sacramentos. Prefirió no delatar a los criminales. Pidió a Dios el perdón de sus agresores y expiró sin quejidos ni convulsión diciendo: Ave María gratia plena”.
La muerte del párroco llenó de consternación no solamente a Bucaramanga, sino a las poblaciones cercanas. La confusión fue total.
“El respeto, el amor y la veneración que los feligreses tributaban a su buen cura hizo que muchos tomaran fragmentos de su vestido para conservarlos como reliquia”, relató el cronista José Joaquín García.
Se ofreció la suma de 200 pesos por información sobre los autores del crimen y 100 pesos si al mismo tiempo eran capturados. El dinero se pagó.
El historiador Armando Martínez, explicó que en el sitio conocido hoy como ‘La Perla’ de la UIS se levantaba una fonda de arrieros. Cerca de este lugar un hombre vio a Matías Bretón esculcando un hoyo donde encontraron algunas alhajas de oro del cura Valenzuela.
Con esa pista, a los dos días de la muerte del párroco, las autoridades determinaron que Higinio y José Ignacio Bretón eran los autores materiales del homicidio. Matías, el otro hermano, fue acusado de encubrirlos y esconder el botín del robo.
El proceso judicial lo asumió el Juzgado Superior, localizado para entonces en Girón. El defensor de los hermanos fue claro y directo con ellos. Les dijo que la sentencia sería la muerte para los tres.
No obstante, una artimaña jurídica hizo que solamente Higinio pagara con su vida el crimen del cura Eloy Valenzuela. José Ignacio fue sentenciado a diez años de prisión en Cartagena.
Se asegura que murió de una puñalada al cumplir su condena. Matías recibió una pena menor en la misma ciudad, porque Higinio asumió la responsabilidad del crimen.
Higinio fue condenado a morir frente al pelotón de fusilamiento. Se cree que la falta de un verdugo hizo que no se utilizara el método del garrote.
¿Cómo morir?
En 1834, según el historiador y abogado, Héctor Hernández Velasco, se utilizaba el método del garrote para la pena de muerte.
“Se trataba de un torniquete de hierro que se colocaba en el cuello. Se apretaba dándole vueltas. El condenado moría por asfixia mecánica. Generalmente se utilizaba el fusilamiento cuando faltaba el verdugo”.
La pena de muerte se aplicaba esencialmente para delitos como traición a la patria en guerra extranjera, parricidio (muerte dada a un pariente próximo, especialmente al padre o la madre), asesinato, incendio, asalto en cuadrilla de malhechores (concierto para delinquir), piratería (asalto a barcos) y algunos delitos militares.

El condenado llevaba una vestimenta especial de acuerdo al delito. Si se trataba de un asesino, debía portar una túnica blanca ensangrentada. Si era un parricida, la túnica, además de contener manchas rojas, estaba pintada con un gallo y una víbora.
“Se trataba de un ritual copiado del imperio romano. A los parricidas los envolvían en un costal, les echaban una serpiente y un gallo y los lanzaban al río”, precisó Hernández Velasco.
Si le correspondía a un incendiario, la persona iba con una cadena al cuello, descalza, con las manos atadas a la espalda y una túnica pintada con llamas.
En el lugar de la sentencia se colocaba un cartelón con letras grandes y legibles donde se leía el nombre del condenado, la patria, su vecindad, el delito cometido y la pena que se imponía.
Se le nombraba un capellán para que le administrara los santos óleos. Era una especie de curador del alma. La Iglesia buscaba el perdón del crimen cometido.
En el caso del homicida del padre Eloy Valenzuela Mantilla, se nombró al Fray Nepomuceno Ordóñez. El sacerdote, la noche anterior, visitó a Higinio en un cuarto de la casa municipal, lugar que ocupa en la actualidad el edificio de la Alcaldía de Bucaramanga.
El cronista José Joaquín García escribió que la víspera de la ejecución, Higinio hizo llamar a la casa municipal a los parientes del fallecido cura Valenzuela. “Arrodillado les pidió perdón. El Fray Nepomuceno Ordóñez lloró conmovido ante este espectáculo desgarrador”.
Frente al pelotón
Higinio murió a escasos 20 metros de la habitación donde dio muerte al padre Eloy Valenzuela Mantilla.
En ese cuarto funciona hoy el centro de servicios de los Juzgados Administrativos de Bucaramanga.
Jesús David Beltrán, dijo hace unos años, que desconocía el crimen del famoso párroco de la ciudad, aunque advirtió que varios de sus compañeros han comentado que en ese inmueble “asustan”.

“A un compañero lo asustaron hace poco. Él dice que vio unas sombras de una persona, pensó que había alguien pero estaba solo...”.
El historiador Armando Martínez, se quejó de que muchos bumangueses recorren diariamente la ciudad sin conocer los importantes hechos que ocurrieron en el pasado, como la muerte de Higinio, que fue vestido con túnica blanca manchada de sangre.
Los disparos
Los relatos de la época advierten que Higinio pidió un vaso de vino luego de darle una vuelta al entorno del actual parque García Rovira.
“Con paso firme se dirigió al banquillo. Al sentarse palideció un poco. Los encargados de la ejecución le vendaron los ojos. Unos instantes después sonó la descarga y las campanas anunciaron que el tremendo fallo de la justicia estaba cumplido. El cadáver de Higinio fue entregado a un hombre llamado Juan Galán para decapitarlo y cortarle la mano derecha”, escribió el cronista José Joaquín García.
La mano de Higinio fue clavada en la puerta de la casa del padre Eloy Valenzuela, mientras su cabeza fue colocada en una jaula amarrada a lo alto de un palo enterrado en el centro de la plaza central de Bucaramanga.
Se asegura que el cráneo putrefacto del último hombre fusilado en la ciudad, permaneció más de un año en lo alto y de vez en cuanto caían mechones de cabello, hasta que un día desapareció sin saberse quién había retirado la horrenda calavera.
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Periodista egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Creo en el poder de la palabra. En escuchar a las personas. Soy cronista, de los que están convencidos que siempre se escribe, no solo cuando se está frente a un teclado y una pantalla. Me gusta narrar historias sometido al indescifrable poder de ellas. La fuerza de lo real. Hago podcast, donde junto voces para relatar esa realidad. Estoy convencido que siempre existimos, mientras alguien nos lea.
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