Podcast: Nostalgia por las chicharras
Los gritos de las chicharras le están abriendo agujeros a esta tarde. Aferradas a los pellejos de los árboles esparcen su canto, rompen con el silencio verde que es vencido por el concreto fundido en Bucaramanga y su área metropolitana.
Músicos monótonos, chupadores de plantas, inofensivos acorazados de alas transparentes. Así, junto con su agudo sonido, varias generaciones de santandereanos convivieron con las chicharras. Jugaron con ellas y sus armaduras transparentes. Se untaron de la melodía de este insecto, que parecerá ahora, vuela al olvido, ahogado en una ciudad que pocas veces se silencia.
La contaminación, el auge de la construcción que devora espacios verdes, la deforestación y el sonido propio de una ciudad que se expande y contrae enmudece su canto. Su estampida de cantos, que recorría las calles colgados de los árboles desde el norte de Bucaramanga hasta Piedecuesta, y viceversa, parece llegar a su fin. No se escuchan, o al menos, no tanto.
Ronda de un tiempo para atrás una esterilidad de sonidos. Algunos árboles donde era característico verlas parecen hoy esqueletos verdes viudos, de raíces amputadas por el pavimento.
Lo cuenta Huber Eduardo Berbeo, quien salió hace 20 años de Bucaramanga a Bogotá, cuando casi todos los árboles en el área metropolitana escurrían sus chillidos.
Los gritos de las chicharras le están abriendo agujeros a esta tarde y algunos piensan como él, que ellas estallaron.
Cuando Huber Eduardo vivió su infancia en San Cristóbal Norte de Bucaramanga le contaron sus abuelos que “las chicharras cantaban y cantaban hasta que sus cuerpos explotaban y sus corazas quedaban pegadas en los árboles. Nosotros de niños buscábamos en los árboles esas ‘cáscaras’ de las chicharras. Sus cuerpos vacíos. Eso era como un trofeo. Bonito recuerdo...”.
Durante los períodos de apareamiento, las cigarras machos emiten unos sonidos muy estridentes para atraer a sus compañeras. Los mismos se realizan con unas estructuras que tienen a sus costados, que funcionan como cajas de resonancia. Según expertos, algunos machos llegan a morir por la diferencia de presión. Sólo los machos cuentan con este órgano productor de sonido, el cual se encuentra a cada lado en la base del abdomen. Se le conoce como “estridulador” y consta de membranas llamadas timbales y de sacos con aire que funcionan como cajas de resonancia. Los machos cantan principalmente para llamar a las hembras, pero también ahuyentar enemigos. El canto es recibido por medio de los órganos auditivos ubicados en el tórax y constituidos por tímpanos. Como las hembras deben estar alerta a la llamada de los machos tienen los tímpanos más grandes para oírlos mejor.
También las escuchaba Adriana Hernández Monroy, quien de niña residía en Barrancabermeja y recuerda que “siempre las encontrábamos pegadas a los árboles. Se veían muy particulares y lo que decían es que cantaban hasta morir. Las veíamos completicas y transparentes. No eran muy grandes. Recuerdo mucho a las chicharras...”.
Chicharras, coyoyos, chiquilichis, tococos, cocoras, cogollos, son los nombres que ha recibido este cantador a lo largo del continente americano. Cada región tiene su leyenda, como el ‘Canto del Chiquirín’, donde cuenta que la tonada bohemia de las chicharras es un llanto de enamorado, que se escucha desde que el mundo es mundo.
“Todos en el bosque admiraban y degustaban el sonido de la chicharra que se había convertido en característica del lugar”. El cuento habla que un día, del otro lado del río, llegó un insecto hembra que fue a buscarlo y le dijo:
- Chiquirín, ¿quién eres?
“La pequeña extraña emanaba un perfume desconocido para el Chiquirín, que lo hizo temblar de pies a cabeza. Le enseñó a chillar como es propio de su especie. Volaron un tiempo se enamoraron y prometieron casarse. Desde ese instante sus cantos eran solamente para el amor de su vida”.
- Voy a cruzar al río volando, para contarles a mis amigos que vamos a casarnos. ¡Regresaré antes que la luna esté alta!
Se despidieron mientras sellaban su compromiso con un frote de antenas. La historia termina cuando los animales deciden matar a la enamorada que le había enseñado esa nueva tonada que no les gustaba a los animales.
“Las horas pasaban con desesperación para el Chiquirín que veía que su enamorada no aparecía, cada vez aumentaba más el tono de llamado. Los animales recapacitaron de su error al ver que cada vez era más fuerte el sonido hasta que cesó. Los animales que llegaron donde estaba Chiquirín, vieron con espanto que él había reventado de tanto cantar. Desde entonces cuenta la leyenda que los Chiquirín cantan por amor hasta que se revientan y los demás animales respetan su canto”.
¿Y en el área metropolitana?
En el mundo se conocen cerca de 1.500 especies, en el país se han registrado unas 63 especies, la mayoría de las cuales viven en regiones cálidas. Las hembras hacen hendiduras en las ramas de los árboles, en las cuales ponen los huevos. Las larvas nacen al cabo de seis semanas y se dejan caer enterrándose en el suelo. Vuelven a la superficie al cabo de 13 o 17 años como lo afirma el director del grupo de investigación entomológicas y ambientales Alfonso Villalobos Moreno.
“Igual que la hormiga culona y otros grupos de animales, mientras le estemos sembrando cemento a la ciudad, todas las especies se verán diezmadas, ejemplo de ellas la hormiga culona y las chicharras. La hormiga culona se recolectaba en la autopista entre Bucaramanga y Floridablanca, en el sector actual de Equilibrio. Eso ocurría hace un par de décadas. Nos construyeron allí unos monstruos de cemento y acabaron con estas poblaciones. Si tumbamos los árboles, donde ellas habitan y se alimentan, y ponemos edificios, claro, la población de estos animales se reducirá”, aseguró el doctor en ciencias agrarias.
Tal como lo relata Javier Gutiérrez Pieruccini, en su época de estudiante del Colegio Santander en 1988. Con un grupo de amigos se reunían en la parte de atrás del plantel educativo, donde se levantaban unos árboles de la especie gallinero, alrededor de unas canchas de microfútbol.
“Los árboles eran altos, pero nosotros nos subíamos. Como a las cinco de la tarde cogíamos a las chicharras. Calculo que habrían más de 50. Sonaban muy fuerte. Nosotros les amarrábamos un hilo al cuerpo, para que no se les dañaran las alas, y empezábamos a darles vueltas. Su sonido era muy curioso. Sonaba muy bacano. Para nosotros era una locura atraparlas y darles vueltas. Lastimosamente las chicharras se morían. Le pegábamos contra el piso y una que otra se salvaba...”.
Se acuerdan que cuando uno las tomaba de los árboles había que tener cuidado con el chorrito de orines que soltaban, ya que, si tocaba la piel, al menos eso decían las mamás, uno podía terminar con callos o mezquinos. Sabrá Dios si eso era verdad. Las chicharras, su nube de gritos, su bullicio estridente y resquebrajado persiste aún a pesar del duro cemento. Por ahora, si presta atención, y tiene suerte, tal vez pueda escuchar como los gritos de las chicharras le abren agujeros a la tarde.
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Créditos: ‘A Contracorriente’ La nostalgia de la Chicharras del área metropolitana de Bucaramanga
Periodista: Juan Carlos Gutiérrez
Edición: María Paz Rodríguez Barrera Programa de Comunicación Social UNAB y Centro de Producción Audiovisual -CPA UNAB
Canción: Adiós Bogotá Autor: Luis A. Calvo Intérprete: Héctor Parra
Canción: Pescador, lucero y río Autor: Garzón y Collazos Intérprete: Silva y Villalba
Canción: Cuando los años pasen Autor: José Alfredo Jiménez Intérprete: María Cristina Plata
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Periodista egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Creo en el poder de la palabra. En escuchar a las personas. Soy cronista, de los que están convencidos que siempre se escribe, no solo cuando se está frente a un teclado y una pantalla. Me gusta narrar historias sometido al indescifrable poder de ellas. La fuerza de lo real. Hago podcast, donde junto voces para relatar esa realidad. Estoy convencido que siempre existimos, mientras alguien nos lea.
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