Allá, en Los Santos, como en Vélez, Málaga, Landázuri y Barichara la negligencia, la incompetencia y la indolencia de muchos funcionarios han arruinado las expectativas de contar con un buen acueducto, mientras los presupuestos sí se van líquidos a manos desconocidas.
Desaparecidos en Santander: En lo más profundo de un panteón de huesos
El pasado los definió. El pasado ahora los persigue. El pasado los reclama con urgencia. Ellos, entre tanto, muertos, esperan que alguien los descubra. Al fin de cuentas, tienen la eternidad por delante.
Ninguno de ellos contó con una ceremonia de sepelio. Nadie pronunció su nombre al momento de ser sepultado. Tampoco se registró la causa de la muerte violenta. Menos indagaron quién fue el victimario. Terminaron en este pueblo de Santander, en esta fosa, con 500 muertos debajo.
La estructura, a pesar de contar con paredes blancas, limpias, se destiñe todos los días. Se trata del osario común del Cementerio Nuestra Señora de las Mercedes del municipio de Matanza, ubicado a 40 kilómetros de Bucaramanga, por una carretera polvorienta, con puentes derrumbados por avalanchas, carcomidos por olvidos estatales ancestrales.
El cementerio se recuesta en la falda de una colina. En la parte de arriba flotan las casas, sumergidas en un silencio que le abre huecos a los días. Una carretera bordea el campo santo. Casi siempre se oyen el piar de pequeños pájaros, que toman vuelo cuando se abre paso el estruendo del motor del bus municipal, acelerado a potencia, presumiendo su bocina, y avisando que serpentea la carretera trayendo o llevando pasajeros a la capital. Contra el cielo inmaculadamente azul, erizando los altos árboles de la loma que se extiende al frente, los vientos hacen girar con morosidad la tibieza quieta de esta mañana tranquila.
El osario comunitario se ubica al costado de la capilla del cementerio. Esta bóveda no tiene puertas ni ventanas. La estructura solo cuenta con aberturas rectangulares muy cercanas al techo. Por estos huecos se introducen, con algo de destreza, los restos mortuorios del difunto de turno. Ese que acaba de abandonar el ataúd. Los cadáveres son retirados de las criptas totalmente secos luego de un par de años. Una capa de polvo los envuelve.
El féretro raído despide un aroma a viejo, a cosa guardada, como ese olor de las ropas que se esconden en el fondo del armario por décadas, para luego ver la luz, o esos libros que nadie lee y se desbaratan al tocarlos nuevamente. Los huesos son introducidos en bolsas plásticas transparentes.

Luego son llevados al osario común. Cae la bolsa con los huesos haciendo un sonido seco, que no asusta las tinieblas reinantes. Sin torpeza el olvido avanza a su ritmo adentro del lugar. La memoria allí no crece. Fue extirpada con el paso de las décadas. Afuera, en cambio, en algún lugar, sus familias, arañan el tiempo. Rabiosos de su suerte, sin alivio, los buscan.
Ya es hora. Con afilada dentadura el cincel ataca el ladrillo. Se abre un orificio de gran tamaño en esta bóveda. Por la pared ahora cabe una persona. Un antropólogo forense de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas ingresa.

Los hombres retiran las primeras bolsas mortuorias. La luz ambarina que se difunde por las tumbas dota de unos pliegues diferentes al cementerio de Matanza, rara vez frecuentado por tanto forastero. Las sombras augustas de los huesos humanos, encerrados en bolsas, pintan ahora mil formas en el suelo del cementerio, a medida que son retirados de la bóveda y llevados a un extremo del campo santo. Los huesos entonces empiezan a acomodarse de forma imperfecta contra una pared de color también blanco. Una bolsa detrás de la otra. La gente del presente ahora tiene el pasado al alcance de la mano.
La rotundidad del sol que golpea con fuerza esta mañana sobre el municipio de Matanza, clavado en áridas y verdes colinas de Santander, provoca que se formen figuras raras en el suelo de cemento.
En el piso también quedaron las esquirlas de ladrillo que dejó la abertura del hueco en la pared. La luz penetra en la sorda caverna mortuoria. Las bolsas son de varios tamaños. Todas tienen lo que podría considerar una buena proporción de huesos humanos para identificar si el deceso se produjo por alguna fuerza violenta. Algunas talegas son más grandes. Es claro que alguien decidió juntar más de un cadáver en el contenedor de plástico.
A esta bóveda llegaron esos cuerpos luego de una exhumación por estar en promedio cuatro años en un ataúd o un panteón. Son introducidos a este domo, que no es otra cosa que una especie de península en cemento del cielo, una sucursal terrenal del purgatorio, donde cualquiera puede rezar por un desconocido. Un lugar donde reposan los huesos de todos, y de nadie en particular. Donde ya nadie sabe quién es quién, especialmente para los arrojados allí desde hace varias décadas.
Este contenedor guarda los huesos de unas 500 personas. Muchas estructuras óseas están ya sueltas, permanecen en el fondo de la bóveda, una sobre otra, sin bolsas o cajas que los separen. Flotan huesos en más huesos. Se asientan en ellos, como plomo, como la muerte.
Los huesos fueron arrojados hace décadas y sus contenedores se rompieron. Es un colchón de muertos y polvo. Arriba de ellos están las bolsas plásticas con los restos humanos más recientes. Una revisión preliminar de los forenses permitió determinar que la mayoría de huesos corresponden a personas adultas y de la tercera edad. Murieron de causas naturales. Sus estructuras óseas carecen de rastros de lesiones. Pero hay otros huesos que inquietan a los forenses.

Metros adelante de la bóveda acaban de levantar los techos de color blanco de dos carpas. En la primera se desplegaron dos mesas, de esas que se arman con andamios flexibles en menos de cinco minutos. Sobre ellas se extendió y tensionó una tela de color negro.
Carlos Andrés Ariza Castillo, antropólogo forense de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, de 41 años y 15 de experiencia en su profesión, revisa en detalle las bolsas en el suelo. No las abre. Intenta, dándole vueltas y vueltas con sus manos, incluso a contraluz, descifrar la geografía de los huesos. Carlos Andrés Ariza Castillo busca señales de violencia. Busca heridas perpetuas, que cuentan los últimos segundos de vida y la eternidad de una violencia que separó a las víctimas de un sepelio digno dado por sus familias. La oportunidad de ser recordados se les extirpó de tajo.
Pasaron varios minutos hasta que finalmente el forense se decide por una en particular. La abre con sumo cuidado. Esparce huesos y polvo sobre la mesa. El choque de la oscura tela y el gris carnoso descolorido del hueso es evidente. Impacta. Con precisión quirúrgica divide los huesos de mayor a menor tamaño. Organiza el esqueleto desde el cráneo pasando por las costillas hasta llegar el fémur. Al principio parecía que no se encontraría un orden, pero poco a poco toma forma a la figura humana. Con una ‘pera de aire’ (diminuto pitillo que expulsa aire) aparta el polvo que dejó la piel y los órganos desgastados por el encierro. Luego de unos minutos llega a los pies. Organiza buena parte de los 26 huesos de cada extremidad. El polvo de la tumba se había asentado ya, como sucede con los recuerdos. Con los años de olvido.
El forense revisó por varios minutos los huesos en total silencio. Esta persona murió de forma violenta. De este cuerpo no se cuenta con necropsia. No está identificada. El experto encontró múltiples señales de lesiones en las estructuras óseas. Sin embargo, le llamó la atención algo inusual. Se identificó un patrón extraño en relación a la dirección de los proyectiles que lo habrían impactado con relación a la ubicación del cuerpo.
- Es muy extraño, murmuro para sí, en voz alta.

Tres meses atrás de la llegada de los forenses al municipio de Matanza, la directora de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, Luz Marina Monzón Cifuentes, recibía (el 20 de mayo pasado en la mañana) de manos de representantes del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, en la sede Bucarica de la Universidad Industrial de Santander, UIS, una investigación detallada sobre la ubicación de 14 posibles lugares donde se encuentran sepultadas en fosas comunes víctimas del delito de desaparición forzada en Santander, al igual que la documentación de 55 casos de santandereanos víctimas de este delito de lesa humanidad.
El Comité de Solidaridad con los Presos Políticos realizó esta investigación con el apoyo de la cooperación internacional sueca, a través de la organización ‘Diakonia’, que trabaja en el país por los derechos humanos, la equidad de género, los derechos de la comunidad Lgbtiq+, los de los pueblos indígenas y afrocolombianos.
La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, entidad creada tras los acuerdos de paz entre el Gobierno Nacional y las Farc, registra en la actualidad un universo de 99.235 personas desaparecidas en el país en ocasión del conflicto armado antes del primero de diciembre de 2016. En los últimos 15 años se han identificado cerca de seis mil fosas clandestinas, donde se han recuperado cerca de 7.500 cuerpos.
No obstante, el informe de la Comisión para la Verdad estableció que 121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente en el marco del conflicto armado, en el periodo entre 1985 y 2016. Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de desaparición forzada en el país puede llegar a ser alrededor de 210.000 víctimas.
En tal sentido, la Comisión de la Verdad estableció que los grupos paramilitares, con 63.029 víctimas (el 52%) fueron los principales responsables de desapariciones forzadas en el país. Le siguen las Farc con 29.410 víctimas (el 24%), luego “múltiples responsables” con 10.448 personas desaparecidas (9%) y agentes del Estado 9.359 víctimas (8%).

La directora de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, Luz Marina Monzón Cifuentes, le dijo a Vanguardia que en Santander se tiene registro de 4.235 personas desaparecidas en el marco del conflicto armado.
- Estos casos nos remiten a desapariciones ocurridas principalmente en el Magdalena Medio, que incluye municipios de Santander, sur de Bolívar, Magdalena y Antioquia. Es una lectura regional de unas dinámicas de desaparición durante unos periodos específicos. Actores armados se conectan a partir de ese delito de lesa humanidad en esta región...
Ahora, si bien casi siempre en Santander se hace referencia a los efectos del conflicto armado en la zona del Magdalena Medio, en el área metropolitana de Bucaramanga el conflicto se agudizó y se contabilizan denuncias del delito de desaparición forzada. Por citar un ejemplo, en solo Bucaramanga se tienen denuncias, por causas del conflicto armado, de la desaparición de 465 personas, cuyas familias no saben en la actualidad el paradero de sus seres queridos.
- Ellas sufren hoy esa ausencia...- Enfatiza Luz Marina Monzón Cifuentes.
La Unidad de Búsqueda tiene la misión humanitaria de dar respuesta acerca del paradero de las personas desaparecidas, para ello una de las estrategias que ha puesto en marcha es articular la experiencia de las organizaciones de la sociedad civil con su trabajo, como es el caso del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos.
- Estas organizaciones durante años han venido documentando las graves violaciones a los derechos humanos en el país y a partir de ese trabajo han desarrollado un conocimiento realmente valioso en la investigación. Por eso este informe en Santander es muy importante en nuestra labor...
Esta investigación determinó, con los respectivos soportes y coordenadas geográficas, 10 casos documentados correspondientes a hechos sucedidos en los municipios de California, Charta, Matanza, Suratá, Tona y Vetas, en la provincia de Soto Norte. En el área metropolitana de Bucaramanga fueron identificados 36 casos, mientras nueve desapariciones, si bien habrían ocurrido en otros departamentos, las víctimas indirectas, residentes en Santander, entregaron su testimonio y valiosa información.
- La primera intervención, a raíz de este informe, la hicimos en el municipio de Matanza.
Esta decisión se tomó porque en el Cementerio Nuestra Señora de las Mercedes de Matanza se registró hace unos meses la reubicación de un panteón, por lo que fue necesario exhumar 19 cadáveres. Sobre estos cuerpos se carecía de necropsia. Sus huesos fueron depositados en bolsas y arrojados al osario común.
- El año pasado se hizo el cambio de panteón. Estos cuerpos, en ese osario, tienen un riesgo muy alto de mezclarse y deteriorarse con mayor rapidez. De estos restos humanos no tenemos datos de inhumación. Por la información recolectada en el pueblo sabemos, de forma preliminar, que son civiles víctimas del conflicto armado en esta zona de Santander y combatientes de grupos armados que fueron traídos al cementerio. Lo que hacen los forenses es evaluar los traumas en los restos humanos para determinar los cuerpos a identificar. Luego se cotejan con una base datos de familias que buscan a sus seres queridos. – Expresó uno de los representantes de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas.
En bases de datos oficiales solo 25 personas se registran como desaparecidas en la provincia de Soto Norte, de Santander, en el marco del conflicto armado. No obstante, se cree que existe un subregistro que multiplicaría varias veces esta cifra.
- Muchas veces las familias de los combatientes, luego de ser reclutados ilegalmente, no se acercaban a ninguna entidad como Fiscalía o Defensoría por el miedo a que los vincularan con el grupo armado. Esas familias hoy quieren saber qué pasó con sus seres queridos... - dijo un habitante de Matanza, que solicitó reserva de su identidad por razones de seguridad.
Una de las alertas más significativas que concluyó la investigación en Santander tiene relación con el cementerio del municipio de Charta, ubicado a 38 kilómetros de distancia de la capital santandereana, y a 15 kilómetros de Matanza. En este campo santo se encontró un “riesgo” por la “disposición de restos humanos en el mismo cubículo donde se acumulan desperdicios y basura”.
La investigación determinó las coordenadas de 14 lugares donde habría restos humanos de personas víctimas del conflicto armado. De ellos ocho corresponden a cementerios donde se podrían hallar por lo menos 41 cuerpos de personas no identificadas inhumadas en razón o con ocasión del conflicto armado. Se trata de los cementerios de los municipios de Charta, Sucre, corregimiento de Turbay de Suratá, corregimiento de Cachirí de Matanza, El Playón y Rionegro.
La directora de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, Luz Marina Monzón Cifuentes explicó que los cementerios son un escenario de búsqueda.
- En estos lugares empiezan a rotar los cuerpos dentro del lugar, basado en que no hay espacio, porque se rediseñó el cementerio, porque las personas que estaban sin identificar se pasan a otro lugar. En esos cambios se trasladan los cuerpos y esta situación elimina trazabilidad para encontrarlos. Los cementerios no son lugares estáticos...
La investigación determinó que “existe un grave riesgo de sufrir una doble desaparición a causa de la desidia administrativa y judicial que se ha generado en nuestro país”. “Advertimos que se puede presentar u ocurrió riesgo en Santander de incineración de cuerpos registrados como ‘persona no identificada’ por el aumento de muertes generadas por el COVID-19, la no marcación adecuada de tumbas, remodelaciones de cementerios, la realización de inhumaciones sin el debido protocolo o la realización de inhumaciones ilegales”, concluye la investigación.
Además, se tiene el registro de la ubicación geográfica de fosas comunes, en área rural de la provincia de Soto Norte, donde habría cuerpos de víctimas del conflicto armado.
“De manera particular se estima que es necesario avanzar en un plan de prospección y protección de seis lugares de inhumación irregular, que se referenciaron en veredas de Suratá, en donde pueden estar inhumadas siete personas desaparecidas en el marco o con ocasión del conflicto armado. Dado que fueron lugares de inhumación irregular, y hoy sus cuerpos se encuentran ‘esqueletizados’, se presenta un riesgo de exhumaciones ilegales, modificaciones paisajísticas y alteraciones del suelo producto de actividades agrícolas...”, concluye la investigación.
¿Quién va a rezarle a un difundo extraño? Pocos. El abandono de los muertos siempre es frío.
Carlos Andrés Ariza Castillo, antropólogo forense de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, luego de hacer la inspección del cuerpo se dirige a la capilla del cementerio. Solo debe caminar unos cuantos pasos. Enciende su computadora y comienza a escribir.
La capilla es amplia. Cuenta con unas muy pocas bancas. Es una cúpula pintada con paredes blancas, como el traje que cubre de pies a cabeza al profesional. Esta solo, a un extremo, consignando lo que los huesos le acaban de contar.
Afuera, sobre la mesa de tela negra está el cuerpo. Preliminarmente tendría entre 21 y 25 años al momento de su muerte violenta. Sus estructuras óseas contienen múltiples rastros de lesiones por proyectil de arma de fuego. Preliminarmente se consignó que hallaron junto a los huesos fragmentos de proyectil de arma de fuego y que las lesiones, principalmente, habrían ocurrido cuando las víctimas estaban de espalda. Sin embargo, dos casos llamaron la atención.
- Tenemos un patrón de lesión muy extraño. Las direcciones de los proyectiles y la ubicación de los proyectiles en dos cuerpos. En la base del cráneo tenemos una dirección de un proyectil que va de abajo hacia arriba, es decir, la única manera de que haga esa trayectoria es que una persona tenga la cabeza muy agachada para que el perpetrador tenga el arma de abajo hacia arriba muy cerca. Es muy difícil que en un enfrentamiento se presenten lesiones de ese nivel y bajo esa trayectoria en el cráneo... – Consignó uno de los forenses.
A mediodía, luego de dos días de trabajo, 47 bolsas con restos humanos fueron conducidas, de nuevo al osario comunitario. Matanza se empieza a mover ahora, cuando su población busca el almuerzo y la siesta de rigor. Fueron recuperados cuatro cuerpos, que se entregaron al Instituto Nacional de Medicina Legal en Bucaramanga. Se presume que sean víctimas civiles y combatientes que hicieron parte de los frentes del Eln y las Farc, estructuras que hicieron presencia en la provincia de Soto Norte. Todos jóvenes.
El pasado los define. El pasado los persigue. El pasado los reclama. Qué largo es el camino para algunos muertos en Santander regresar a casa.
Fotografías: Marco Valencia