domingo 27 de agosto de 2023 - 12:00 AM

Felipe Zarruk

Rumbo al Puerto de La Libertad

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Columna de
Felipe Zarruk

¡Caramba, vaya si es difícil escribir un libro! Durante los últimos años tenía una deuda pendiente y era precisamente terminar lo que había iniciado hace muchos años. Mis amigos de tertulias, lectores de las columnas y crónicas publicadas en Vanguardia, me arrinconaron para que no dejara perder todo el material acumulado durante la última década y algunos se atrevieron a titular el libro como “Las crónicas de Pipe”.

Sabía de antemano que el libro no se iba a llamar así. Sin embargo tenía que buscar por todos lados algo muy especial para lo que pensaba hacer. La palabra clave era buscar y un día cualquiera, se vino la pandemia, nos encerraron o nos dejamos encerrar y cuando el mundo se detuvo, hubo tiempo para ordenar el clóset, el escritorio, la biblioteca y la mesa de noche. Mi señora tiene tantos álbumes como yo libros, gafas, documentos, fotos y demás maricadas, en una pirámide de madera color caoba, con tres amplios cajones en los cuales vine a encontrar lo que estaba buscando por años.

Esculcando en ese edificio por departamentos encontré un sobre algo amarillento y en su interior descubrí unas fotos a blanco y negro de mi abuela ‘Kikía’, la mamá de mi mamá. En algunas de ellas estaba con mi abuelo Sixto, encontré algunas de mis padres en una que otra fiesta elegante y una que conservo con cariño porque se están dando un beso. De repente apareció una foto que se me había extraviado en la ruta, no era otra que la que alguna vez me mostró mi padre mientras mojaba un pedazo de pan francés en el aceite de oliva. Esta foto que data del cinco de diciembre de 1948 muestra a papá con su rodilla izquierda en tierra junto a sus amigos de origen palestino y libanés como él, en El Salvador, a la orilla del mar, en el hermoso Puerto de La Libertad.

Tenía que ligar ese hermoso puerto sobre el pacífico con las historias que estaba escogiendo para que hicieran parte del libro que hasta ahora era un esqueleto sin pies ni cabeza. Le faltaba más de un hueso, le hacía falta el pico y las patas, mejor dicho ¡le faltaba el corazón! Tocó armarlo, darle la vuelta a la historia que estaba narrando en la introducción, de eso me di cuenta mientras dormía. Mientras dormía soñaba, cuando estaba despierto soñaba con el libro.

Corría el mes de mayo de 2021 y en los primeros días del mes dedicado a las madres estaba hablando con mi gran amigo José Orlando Ascencio –extraordinario periodista de El Tiempo- a quien le ofrecí que me acompañara en la presentación del libro. Esa tarde supe que me había cogido la noche, pero como siempre apareció la voz de mi señora para decirme: “El libro es tuyo, no te afanes”. Cuando llamé al doctor Peláez para que escribiera unas palabras, el veterano y queridísimo comentarista caleño se mostró complacido y a los dos días tenía en mi correo su afable introducción. Igual ocurrió con mi primo Carlos Zarruk.

Empecé a caminar descalzo, muchas veces me quemé las plantas de los pies porque la arena estaba caliente. Por momentos sentí frío, la brisa no me permitía avanzar, nadaba y el fuerte oleaje me sacudió hasta dejarme en la orilla. Aparecieron cientos de marineros que ayudaron a remar, como José Óscar Machado, quien corrigió mi libro, es más, me corrigió a mí también. Apareció Miguel Ángel Pedraza, quien sin leer el libro describió lo que por dentro encerraba “Rumbo al Puerto de La Libertad”. El resto de la historia se las cuento en ULIBRO, el jueves a las dos de la tarde en el AUDITORIO DE NEOMUNDO.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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