MALALA YOUSAFZAI
A sus 21 años, esta joven originaria de Mingora, un pequeño pueblo paquistaní, representa hoy para el mundo la lucha por los derechos de las mujeres y las niñas, en especial por la educación.
Es la laureada más joven del Nobel de Paz en toda su historia. Con apenas 17 años de edad, recibió el galardón en 2014 por su historia y lucha por el acceso de las niñas a la educación bajo el yugo del régimen talibán. Con tan solo 11 años, Malala ya escribía un blog, en el que relataba lo que vivía al estar sometida a las reglas de los talibanes, y compartía sus ideales sobre la educación de las mujeres.
Esta notoriedad la convirtió en blanco del radicalismo religioso: tenía 15 años, cuando un militante del grupo terrorista atacó el vehículo escolar en que ella y otras niñas se transportaban y le disparó con un fusil en repetidas ocasiones, impactándole en el cráneo y cuello. Sobrevivió y se convirtió en un referente del feminismo y de la lucha por la educación de las mujeres desde que ella misma era una niña.
Su lucha la catapultó en figura internacional y su “Fundación Malala” trabaja por conseguir el derecho a la educación para niñas alrededor del mundo, aunque sabe que aún hay mucho trabajo por hacer porque más de 60 millones de niñas no van a la escuela por motivos de pobreza, violencia o tradición.
Dedica sus esfuerzos en pro de aquellas niñas que no tienen acceso a la educación y dice que esto es clave por múltiples razones: reducir el crecimiento de las familias, evitar matrimonios a temprana edad y en la lucha de la pobreza.
Recorre el mundo abogando por su causa porque, según ella, “la mujer tiene muchos retos, de ganar lo mismo que los hombres, de tener las mismas oportunidades de negocios y liderazgo, de enfrentar los acosos y tener que quedarse en silencio. Yo creo que este movimiento, que está creciendo, nos da esperanza a todas nosotras porque nos damos cuenta de que si no alzamos la voz, las cosas no van a cambiar”.
NADIA MURAd
La Premio Nobel de la Paz en 2018 empezó su activismo oculta bajo un ‘niqab’, una prenda que cubre todo el cuerpo salvo los ojos. Pero durante una conferencia de prensa se despojó de ella y no volvió a usarla porque “descubrí que no es apropiado para la mujer que quiere trabajar en público”.
Su historia personal como esclava sexual del Estado Islámico, EI, ha visibilizado un problema de las mujeres como “botines de guerra” y se ha convertido en una de las principales voces de la comunidad yazidí en su denuncia contra las atrocidades cometidas por el grupo terrorista radical en Iraq.
Fue secuestrada en 2014 por militantes del Estado Islámico que irrumpieron en su pequeña aldea, Kocho, al norte de Iraq, donde la minoría yazidí llevaba una vida tranquila, y perpetraron una masacre. Ejecutaron a hombres y mujeres, entre ellos a su madre y seis de sus hermanos.
A Nadia, de 21 años, junto a otras miles de jóvenes y niñas, las vendieron como esclavas sexuales. Fue torturada y violada antes de que lograra escapar. Es el rostro más conocido de las más de 3.000 mujeres y niñas yazidíes víctimas de violencia sexual a manos del EI.
Según la activista iraquí de 25 años, “las mujeres deben dejar de sentirse como parte del problema, para ser parte de la solución. Hemos sido marginadas durante mucho tiempo y ahora es el momento de que nos pongamos en pie y ejercitemos nuestros derechos sin necesidad de pedir permiso o contar con una aprobación”.
Murad, cuya lucha le mereció en 2016 el Premio Sajarov de Derechos Humanos a la Libertad de Conciencia que concede el Parlamento Europeo, trabaja con la abogada pro Derechos Humanos Amal Clooney para llevar a juicio a miembros de Estado Islámico por los crímenes cometidos contra los yazidíes, a los que los extremistas islamistas consideraban herejes.
En todos los foros internacionales en los que interviene, insiste en que no cesará hasta lograr la creación de un tribunal que juzgue a los responsables de estos crímenes.
ELLEN JOHNSON-SIRLEAF
Conocida popularmente en su país como la “Dama de Hierro”, fue la primera mujer en gobernar una nación africana.
A sus 80 años y madre de cuatro hijos, fue presidenta de Liberia durante 12 años, en dos mandatos, hasta 2018. Entre sus mayores logros se destacan haber contribuido a poner fin al conflicto armado en Liberia que dejó cerca de 250 mil muertos y miles de desplazados y de mantener la estabilidad durante más de una década. Su lucha “no violenta por la seguridad y el derecho de las mujeres a participar plenamente en la construcción de la paz” se vio recompensada cuando en 2011 fue galardonada como Nobel de la Paz.
Luego del reconocimiento, había muchas expectativas en torno a su papel al frente del gobierno, pero problemas de nepotismo y corrupción opacaron su legado. Además quedó en deuda para fortalecer el rol de la mujer en la política de su país, principalmente patriarcal.
LEYMAH GBOWEE
Lideró un movimiento de mujeres que jugó un papel crucial para poner fin a la guerra civil en Liberia.
Fruto de su activismo, donde mujeres cantaban por la paz en un mercado de pescado, logró movilizar y organizar a las mujeres de todos los grupos étnicos y religiosos en las elecciones.
Esto le valió el Premio Nobel de la Paz en 2011, que compartió con la expresidenta Sirleaf.
Además del Nobel, Gbowee ha recibido otros
premios como el de la Fundación de la Biblioteca de John F. Kennedy al Valor y el Premio de la Fundación Gruber por su defensa de los derechos de la mujer. Su labor ha estado centrado en trabajar por mejorar la influencia de las mujeres en África Occidental y en las situaciones de posguerra.
En la actualidad, esta mujer de 47 años lucha por que los habitantes de su país sanen las heridas sicológicas dejadas por el conflicto y es directora ejecutiva de la Red Africana de Paz y Seguridad para las Mujeres en Ghana.
TAWAKKUL KARMAN
Bautizada la “Che Guevara de Yemen”, el país más pobre de la Península Arábiga, es ícono de la lucha por los derechos de las mujeres en el mundo árabe. Fue figura del movimiento de la “Primavera Árabe”, al ser una de las artífices de la rebelión pacífica contra el dictadura de 33 años de Ali Abdullah Saleh, que sacudió al país africano en 2011.
Ganó fama mundial cuando en 2011 fue galardonada como Nobel de la Paz, junto a las liberianas Gbwee y la expresidenta Sirleaf.
Para esta activista, política y periodista, quien vive en el exilio desde 2015, cuando estalló la guerra civil en Yemen, “la lucha por la opresión y la dignidad no ha hecho más que empezar, ya no hay vuelta atrás”.
Con 40 años y madre de tres hijos, se desempeña como presidenta y fundadora de Mujeres Periodistas sin Cadenas, organización que desde 2005 defiende los derechos humanos y la libertad de expresión.
TARANA BURKE
Nacida y criada en el Bronx de Nueva York, es considerada como la fundadora del movimiento MeToo en 2006, que nació originalmente como una campaña contra la violencia sexual y se viralizó en 2017 con un hashtag a nivel mundial, a raíz de las denuncias contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein.
Su mayor mérito fue crear un espacio seguro para que las mujeres pudieran hablar sobre conductas abusivas que han sufrido y luchar contra ellas. “Just Be” fue la organización que la activista creó en 2003, a través de la cual desarrolla un programa de atención para niñas y adolescentes negras que han sufrido violencia sexual.
Para esta madre afroamericana de 45 años, MeToo es parte de una visión colectiva para lograr un mundo libre de violencia sexual. Time la nominó como el “Personaje en 2017”, entre un grupo de otras activistas bautizadas como “las que rompen el silencio”.